Por Arturo Zárate Ruiz
Hace unos días, proclamamos la gloria de Dios en Todos los Santos. Ellos gozan ya de su presencia. También pedimos por los Fieles Difuntos para que, una vez purificados, entren al Cielo.
Recuerdo así a muchas personas que se han ido. No sé si ya disfrutan del Paraíso, si bien lo espero. Raras veces la Iglesia nos lo asegura pues sólo identifica a algunos santos, los suficientes para que nos sirvan de ejemplo. Lo que sí sé es que estas personas cercanas a mí prodigaron en vida gestos de santidad, gestos que no fueron sino destellos del mismo Dios. Porque la fe, la esperanza y la caridad provienen de Dios.
La esperanza
Respecto a la esperanza, brilló una vecina. Su hijo, un enfermo mental, se suicidó. El marido, que presumía de fuerte, se desmoronó y al poco tiempo también murió. A ella, sin embargo, jamás se le vio desesperar. Aunque llegaba tarde a misa (tal vez porque no cargaba reloj), nunca faltó. En cualquier caso, antes de fallecer, sí se dio prisa en exculpar al chofer que la atropelló sin haberse él dado cuenta, pues no pudo verla tras caer ella por un tropezón bajo el auto.
Me acuerdo también de abuelo Roberto, a quien no conocí porque murió relativamente joven. Rezaba mucho. Cuando sin ninguna pensión lo corrieron ya cincuentón de la mina porque sus pulmones, calcificados, ya no le servían, iba frecuentemente a las iglesias y recorría cada uno de sus nichos para encomendarse a los distintos santos. Lo acompañaba mi madre. Abuela Lupita vivió muchos años. Aunque siempre frágil, con sus piernas que apenas la sostenían, cargaba donde estuviera su rosario y su libro de oraciones. Rezaba en muy diversas horas del día, y supongo que también lo hacía en la noche. Prueba de que su esperanza era firme lo fue, paradójicamente, que no interrumpiera el ver su telenovela cuando le trajeron una carta póstuma de la última de sus hermanas. Una vez terminó el programa, a llorar quedamente y a rezar. Pudo haber dicho como santa Teresa de Ávila, pero a su manera: “cuando telenovelas, telenovelas, y cuando oración, oración”. Y yo digo, la esperanza espera.
La caridad
Respecto a la caridad, conocí a dos madrinas quienes, al morir sus comadres, se encargaron cada uno por su lado de los no pocos ahijados: les dieron sustento, educación, una sólida fe y amor. La mayoría de mis parientes cercanos han trabajado en el sector salud. Yo, el único “hereje”, corregí mis desvíos casándome con una enfermera. Papá y mis hermanos no pocas veces regalaban su trabajo, aun el muy caro, a quienes no les podían pagar, y papá procuraba algo más que dar limosnas a los muy discapacitados, les daba trabajo para hacerlos sentir útiles. Mis hermanos murieron durante la pandemia porque decidieron no retirar su atención a los enfermos de COVID. Otras campeonas de caridad fueron dos vecinas mías. Señoritas ya grandes, daban de comer platillos exquisitos a varios seminaristas. Uno de ellos es ahora obispo.
Su fe la manifestaron de manera muy especial dos profesores míos. Ya en su tiempo la cultura secularista, si no es que atea, dominaba la academia. Pero ellos no fallaron en su fe. Y no lo hicieron, aunque sufrieran también las circunstancias más adversas. Uno de ellos fue ciego desde temprana edad y antes de morir padeció enfermedades muy dolorosas que lo postraron en cama, inmovilizado, por varios años. Aun así, jamás dudo de la bondad de Dios. Siempre proclamó su grandeza y misericordia. Otro maestro, desde muy joven, soportó pasiones desordenadas, pero se las callaba. No se rindió nunca a las tentaciones. Menos aún negó la fe de la Iglesia para proclamar una nueva: que había dejado de ser pecado lo que siempre lo había sido. No se engañó a sí mismo, ni engañó a los demás, para luego justificar y entregarse al desenfreno. Lo que redundó en él en una profunda humildad y alegría.
No nos es posible afirmar con seguridad que ellos y muchas otras personas buenas que han fallecido gocen ya de la eterna gloria si no nos lo asegura solemnemente la Iglesia. Con todo, puedo avalar que sus gestos de fe, de esperanza y de caridad vinieron del mismo Santo. Fueron destellos Dios.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de noviembre de 2022 No. 1427