El amor distintivo del noviazgo no alcanza a cubrir la cuota necesaria para el matrimonio.
Por P. Alejandro Cortés González-Báez
Hace poco, en un paraje llamado La Estancia cerca de Cuauhtemoc, Chihuahua, donde la naturaleza se ha lucido maravillosamente, tuve una experiencia nueva para mí: Me tocó ver de cerca a un venado que subía corriendo con gran agilidad por una colina. Muchas veces he visto cabezas de esos animales adornando salas de estar, pero ahora, al ver a ese ejemplar en libertad haciendo gala de su fuerza y ligereza pude descubrir la increíble diferencia entre esas dos realidades.
Soy consciente de que el arte de la taxidermia ha avanzado mucho, pues ahora quienes se dedican a este oficio cuentan con la posibilidad de hacer unos moldes a base de resinas epóxicas con las que fabrican el cuerpo del animal para forrarlo con la piel que les lleva el cazador. Pero antes, la forma más común consistía en rellenar de paja esas pieles hasta que tomaran la forma deseada.
Triste espectáculo el que ofrecen algunos matrimonios donde, quienes habiéndose comprometido a amarse por toda la vida, pues habían llegado a su boda llenos de un amor vivo y activo como la sangre que circula por las venas, terminan simplemente soportándose. Esta realidad estaría reflejada en lo que podríamos llamar: esposos disecados, rellenos de amor seco.
Es cierto que el conocimiento que se tiene durante el noviazgo es mucho más superficial que el que se puede alcanzar estando ya casados. Aquí bien cabe lo que afirma Caetano Veloso: “De cerca nadie es normal” y el matrimonio los pone muy de cerca, de tal forma que se conocen todas esas anormalidades que todos tenemos.
A esto habrá que añadir que el modelo de vida que nos presenta la mercadotecnia en la actualidad está basado en el sentimentalismo y el placer, asuntos que no concuerdan con la naturaleza del matrimonio como vocación de servicio. Quizás tengamos que deducir que el amor distintivo del noviazgo no alcanza a cubrir la cuota necesaria para el matrimonio, pues cuando el amor de novios llega a su punto de inflexión, es decir cuando deja de subir para empezar a bajar resulta indispensable sustituirlo por otro amor de más calidad, más resistente, más flexible y mucho más duradero.
La zona de cobertura del amor matrimonial debería abarcar a todo el mundo y su satélite natural. Las frases que deberían escucharse en los hogares bien constituidos habrían de ser como éstas: “Quisiera darte un abrazo que durara dos años. ¿Y por qué tan poquito? Porque tengo que comer”.
Ahora bien, hemos de recordar que muchas veces amar no es fácil, y requiere un alto grado de sacrificio, como lo requieren -también- muchas otras realidades que son valiosas.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de diciembre de 2022 No. 1433