Por P. Fernando Pascual

Durante unas misiones en una parroquia del pueblo de Montmirail, el año 1620, san Vicente de Paúl encontró a tres hugonotes* que participaron con interés en varios diálogos con el santo.

Dos de ellos pidieron en seguida volver a la Iglesia católica. El tercero, sin embargo, se resistía. Además, puso al santo una objeción nada fácil de responder.

Decía aquel hugonote: “Según usted, la Iglesia de Roma está dirigida por el Espíritu Santo; pero yo no lo puedo creer, puesto que, por una parte, se ve a los católicos del campo abandonados en manos de unos pastores viciosos e ignorantes, que no conocen sus obligaciones y que no saben siquiera lo que es la religión cristiana; y, por otra parte, se ven las ciudades llenas de sacerdotes y de frailes que no hacen absolutamente nada; puede que en solo París haya hasta 10,000, mientras que esas pobres gentes del campo se encuentran en una ignorancia espantosa, por la que se pierden. ¿Y quiere usted convencerme de que esto está bajo la dirección del Espíritu Santo? No puedo creerlo”.

La objeción dejó pensativo a san Vicente de Paúl, pues a través de ella se tocaba una situación real: el abandono de miles de bautizados que no tenían pastores dispuestos a ayudarles en su vida cristiana.

Pasó un año, y san Vicente tuvo sus misiones en Marchais y otros pueblos que estaban cerca de Montmirail, acompañado por varios sacerdotes y religiosos que le ayudaban en ese hermoso trabajo de evangelización.

El hugonote que había lanzado la pregunta al santo tuvo noticia de esas misiones y acudió para ver lo que pasaba en Marchais. Comprobó todo lo que se hacía por la gente, cómo se la instruía de modo adecuado, cómo muchos pecadores se convertían.

Un buen día fue a hablar con san Vicente y le dijo: “Ahora he visto que el Espíritu Santo guía a la Iglesia romana, ya que se preocupa de la instrucción y salvación de estos pobres aldeanos. Estoy dispuesto a entrar en ella cuando usted quiera recibirme”.

Tuvo que resolver todavía algunas objeciones, sobre todo respecto de la veneración de las imágenes. Pero una vez que le fue explicado el sentido de tal veneración, estuvo listo y fue recibido de nuevo en la Iglesia católica.

La anécdota de aquella conversión muestra dos aspectos importantes de la tarea que san Vicente de Paúl desarrolló a lo largo de su vida. Por un lado, el compromiso en trabajar con los pobres, para que pudieran recibir el Evangelio y vivir en gracia. Por otro lado, el proyecto de suscitar el fervor de los sacerdotes, de forma que se dejasen guiar realmente por el Espíritu Santo.

La historia del hugonote es una entre tantas historias de conversión que rodean la vida de los santos. Además, nos recuerda que hoy, como en el pasado, el Espíritu Santo sigue dirigiendo los pasos de la Iglesia católica, fundada por Cristo para llevar su Amor y salvación a todos los hombres.

(El texto entrecomillado y las ideas centrales de esta historia están tomados de la siguiente biografía: José María Román, San Vicente de Paúl, BAC, Madrid 1981).

*El término hugonotes es el antiguo nombre otorgado a los protestantes franceses de doctrina calvinista.

 

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