DISCERNIMIENTO / 10
Para el Papa Francisco la consolación verdadera, tema de su décima catequesis sobre el discernimiento, “es una especie de confirmación del hecho de que estamos realizando lo que Dios quiere de nosotros, que caminamos en sus caminos, es decir, en los caminos de la vida, de la alegría, de la paz”.
¿Cómo reconocer la verdadera consolación? Es una pregunta muy importante para un buen discernimiento, para no ser engañados en la búsqueda de nuestro verdadero bien, comienza diciendo Francisco.
El recorrido
Podemos encontrar algunos criterios en un pasaje de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. «Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos —dice san Ignacio—; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; más si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distractiva, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna» (n. 333). Porque es verdad: hay una verdadera consolación, pero también hay consolaciones que no son verdaderas. Y por esto es necesario entender bien el recorrido de la consolación: ¿cómo va y dónde me lleva? Si me lleva a algo que no va bien, que no es bueno, la consolación no es verdadera, es falsa, digamos así.
El principio
Y estas son indicaciones valiosas, que merecen un breve comentario. ¿Qué significa que el principio está orientado al bien, cómo dice san Ignacio de una buena consolación? Por ejemplo, tengo el pensamiento de rezar, y noto que se acompaña del afecto hacia el Señor y el prójimo, invita a realizar gestos de generosidad, de caridad: es un principio bueno. Sin embargo, puede suceder que ese pensamiento surja para evitar un trabajo o un encargo que se me ha encomendado: cada vez que debo lavar los platos o limpiar la casa, ¡tengo un gran deseo de ponerme a rezar! Esto sucede en los conventos. Pero la oración no es una fuga de las propias tareas, al contrario, es una ayuda para realizar ese bien que estamos llamados a realizar, aquí y ahora. Esto respecto al principio.
El medio
Está también el medio: san Ignacio decía que el principio, el medio y el fin deben ser buenos. El principio es esto: yo tengo ganas de rezar para no lavar los platos: ve, lava los platos y después ve a rezar. Después está el medio, es decir, lo que viene después, lo que sigue a ese pensamiento. Quedándonos en el ejemplo precedente, si empiezo a rezar y, como hace el fariseo de la parábola (cfr. Lc 18,9-14), tiendo a complacerme de mí mismo y a despreciar a los otros, quizá con ánimo resentido y ácido, entonces estos son signos de que el mal espíritu ha usado ese pensamiento como llave de acceso para entrar en mi corazón y transmitirme sus sentimientos. Si yo voy a rezar y me viene a la mente eso del fariseo famoso —“te doy gracias, Señor, porque yo rezo, no soy como otra gente que no te busca, no reza”—, esa oración termina mal. Esa consolación de rezar es para sentirse un pavo real delante de Dios. Y este es el medio que no va bien.
El fin
Y después está el fin: el principio, el medio y el fin. El fin es un aspecto que ya hemos encontrado, es decir: ¿dónde me lleva un pensamiento? Por ejemplo, dónde me lleva el pensamiento de rezar. Aquí puede suceder que trabaje duro por una obra hermosa y digna, pero esto me empuja a no rezar más, porque estoy muy ocupado por muchas cosas, me encuentro cada vez más agresivo y enfurecido, considero que todo depende de mí, hasta perder la confianza en Dios.
El estilo del enemigo
Cuando hablamos del enemigo, hablamos del diablo, porque el demonio existe, ¡está!— su estilo, lo sabemos, es presentarse de forma astuta, disfrazada: parte de lo que está más cerca de nuestro corazón y después nos atrae a sí, poco a poco: el mal entra a escondidas, sin que la persona se dé cuenta. Y con el tiempo la suavidad se convierte en dureza: ese pensamiento se revela por cómo es realmente.
De aquí la importancia de este paciente, pero indispensable examen del origen y de la verdad de los propios pensamientos; es una invitación a aprender de las experiencias, de lo que nos sucede, para no seguir repitiendo los mismos errores. Cuanto más nos conocemos a nosotros mismos, más nos damos cuenta de dónde entra el mal espíritu, sus “contraseñas”, sus puertas de entrada a nuestro corazón, que son los puntos en los que somos más sensibles, para poner atención para el futuro. Cada uno de nosotros tiene puntos más sensibles, puntos más débiles en su propia personalidad: y por ahí entra el mal espíritu y nos lleva por el camino que no es justo, o nos quita del verdadero camino justo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de enero de 2023 No. 1434