Por P. Fernando Pascual

Toda actividad que realicemos, desde las más sencillas y rutinarias, hasta las más complejas y excepcionales, surgen desde el amor.

El amor brota cuando nos encontramos ante algo o alguien que nos completa, que nos alegra, que nos enriquece, que nos ofrece plenitud.

Amamos lo sencillo, como un vaso de agua en un día de calor, o un buen bocadillo tras un paseo de montaña. A veces, aludimos a esta forma de amor con la palabra “deseo”, que está unida a necesidades muy concretas.

Amamos lo hermoso, como una novela bien escrita, un atardecer enrojecido, una canción que aúna buena letra y excelente melodía.

Amamos el orden y la limpieza. Por eso emprendemos ese pequeño esfuerzo que ha embellecido la casa, que ha sacudido las habitaciones, que ha organizado el ropero.

Amamos a personas concretas, familiares, amigos, compañeros de trabajo. Incluso amamos a quienes se cruzan de modo fugaz y tocan nuestros corazones al descubrir en ellos necesidades de todo tipo.

Desde tantos amores nos ponemos retos, que van desde el esfuerzo para levantarnos temprano hasta las diversas actividades que desarrollamos a lo largo de la jornada.

Es cierto que, en ocasiones, el día se tiñe de una extraña oscuridad cuando se avivan en nosotros amores equivocados, que nos llevan al egoísmo, a la avaricia, al deseo de controlar al otro.

Por eso, necesitamos siempre purificar el amor, de forma que apartemos todo deseo y movimiento interior que nos dañe (y que dañe a otros). Entonces, podremos acoger amores buenos que dan belleza y plenitud a la propia vida.

Este día haré muchas cosas. En ellas se desarrollan y manifiestan esos amores que llevo dentro, que son el verdadero motor de todo lo que hago.

Por eso le pido a Dios que me ayude a amar de modo bueno y bello, lo cual es posible, sobre todo, cuando antes me he dejado amar por Él y por tantas personas magníficas que me acompañan a lo largo del camino de la vida.

 

Imagen de Pexels en Pixabay


 

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