Por P. Fernando Pascual
Nos habrá ocurrido más de una vez. Afirmamos con seguridad algo sobre economía, sobre literatura, sobre informática, sobre política. Llegan las preguntas: ¿estás seguro? ¿Cómo lo sabes? ¿Puedes demostrarlo?
Hay temas sobre los que resulta relativamente fácil responder a esas preguntas, porque nos sentimos seguros, porque hemos llegado a conclusiones basadas en informaciones bien fundamentadas.
Pero en otros temas, ante esas preguntas sentimos que el suelo se resquebraja bajo nuestros zapatos, y tememos porque nuestra respuesta será insegura o confusa, si es que no tendremos que responder, con sinceridad, que no estamos seguros de esta o aquella afirmación…
Demostrar lo que afirmamos no resulta tan fácil como imaginamos, por un hecho sencillo: muchas veces damos por válidos análisis e ideas que, en realidad, no hemos estudiado adecuadamente.
Ello explica que vivamos con una “cantidad” más o menos grande de contenidos que damos por correctos cuando, en realidad, pueden ser erróneos, o al menos no son seguros, porque nos faltan elementos de juicio sobre ellos.
Se entiende así la imagen de Platón, cuando habla de opiniones que corren, que escapan, porque no están “atadas”, porque no encuentran apoyo en razonamientos adecuados que nos permitan pasar del nivel de las conjeturas al nivel de la ciencia basada en la verdad.
Numerosos pensadores a lo largo de los siglos han señalado ese peligro que consiste en creer saber cuando, en realidad, no sabemos. Recientemente, Daniel Kahneman, con su famoso libro Pensar rápido, pensar despacio, ha mostrado con qué facilidad consideramos válido lo que sería una conjetura sin fundamento y, muchas veces, errónea.
Cuando alguien nos pregunte por qué afirmamos que esta medicina es buena, que esta ley mejorará el sistema escolástico, o que aquel libro sería un “capolavoro” literario, podemos hacer un sencillo examen de conciencia.
La pregunta es sencilla y exigente, pero abre espacios a mejoras si somos sinceros: ¿puedo probar lo que acabo de decir? Al responder, tal vez tomaré el propósito de poner entre paréntesis una o varias afirmaciones que daba como buenas.
Entonces, empezaré a invertir tiempo en investigar mejor aquellos temas que merecen un poco de esfuerzo, y así podré acercarme, poco a poco, a la verdad.