Por P. Justo López Melús*
Vivió en China un picapedrero llamado Chen, que estaba muy descontento con su suerte. Cobraba un pobre sueldo y tenía una pobre choza. Siempre estaba quejándose. Una noche tuvo una aparición: el dios de la ambición.
–¿Qué deseas? –le preguntó.
–Me gustaría ser un gran mandarín.
Y al momento se vio en un palacio espléndido, rodeado de una numerosa servidumbre, que cumplían todos sus deseos. Salió a pasear y el sol era muy fuerte y le molestaba.
–Quiero ser sol –dijo.
Y quedó convertido en sol. Pero una nube se interpuso y pidió ser nube. Una vez convertido, se descargó en forma de lluvia que se estrelló contra las rocas.
Ahora Chen deseó ser roca fuerte, contra la que se deshacía la lluvia. Y era feliz siendo roca dura y fuerte. Hasta que vino un picapedrero con un pico que le estaba golpeando.
–¡Quiero ser picapedrero! –gritó.
Y despertó. Desde entonces Chen no volvió jamás a quejarse de su suerte.
*Conmemorando el décimo aniversario de su muerte.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de febrero de 2023 No. 1439