Por P. Fernando Pascual
Después de un periodo más o menos largo de vida saludable, en el que proyectos y trabajos se realizan con normalidad, hay quienes experimentan un dolor inimaginable cuando llegan enfermedades que cambian planes.
Son enfermedades que, con rapidez o poco a poco, incapacitan, destruyen la movilidad, hacen difícil emprender actividades tan sencillas como la de hablar e, incluso, la de pensar.
Junto a dolores más o menos fuertes, algunos que pueden ser aliviados gracias a medicinas eficaces, el corazón siente una profunda pena: ya no puedo hacer lo que hacía antes.
Es muy duro afrontar enfermedades que incapacitan, que cortan alas, que obligan a replantear por completo la propia vida.
Ante esas situaciones, unos sienten desesperación, angustia, rabia. No comprenden por qué les ha ocurrido precisamente a ellos ese mal que ha hecho saltar por los aires tantos sueños y proyectos.
Otros intentan paliar las consecuencias, buscan caminos nuevos para “reinventarse”, consiguen adaptarse a los límites que ahora impiden hacer tantas actividades que eran posibles cuando se gozaba de salud.
Quienes están junto a enfermos con este tipo de situaciones, no siempre consiguen ofrecer la ayuda que desearían. Además, no pocas veces comparten buena parte del sufrimiento del familiar, amigo o conocido que vive una enfermedad que incapacita.
Además, quienes presencian cómo cambia la vida de esa persona concreta por culpa de su enfermedad, experimentan una cierta inquietud interior, al reconocer que puede ocurrirles algo parecido.
Frente a tantas enfermedades que cambian planes, necesitamos abrirnos a la esperanza y buscar, en concreto, qué pueda ser de más ayuda para esta persona que ahora tiene que asumir la situación y reorganizar la propia existencia.
Necesitamos, sobre todo, recurrir a la ayuda de Dios, que consuela, que alivia, que da sentido a los hechos más dolorosos de la experiencia humana.
Cuando inicia una enfermedad que cambia planes, podemos rezar a Dios para que ayude al enfermo, para que sostenga a la familia, para que ilumine a los médicos y enfermeros.
Le pedimos, especialmente, que nos anime en la tarea de acompañar a quienes, en un momento de su camino personal, necesitan apoyo y fuerza para dar sentido a sus sufrimientos, y para encontrar en qué manera tienen ante sí otros caminos que permiten hacer el bien y, sobre todo, seguir amando.
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