Por Arturo Zárate Ruiz
Que sepa yo, no hay ningún pronunciamiento de la Santa Sede sobre la existencia o no de “extraterrestres”. Y de haberlo, no creo que me impida expresar estas opiniones al respecto.
Si atendemos a la razón, hay varias opiniones probables:
El universo es muy extenso. Son millones las estrellas, y muchas de ellas con posibles sistemas planetarios. Si uno de los planetas ofrece condiciones similares a las de la Tierra, no es un sinsentido pensar que haya vida allí; es más, vida inteligente.
Pero por más numerosos que sean los cuerpos celestes, son muchísimas las condiciones que se necesitan para la vida, y aún más las condiciones para una vida inteligente. Entre esos cuerpos celestes habría proporcionalmente, si es que los hay, muy pocos que permitan la vida y la inteligencia. De hecho, no se han encontrado esas condiciones presentes en ningún cuerpo de nuestro sistema solar ni en sistemas planetarios cercanos a la Tierra.
Es muy muy improbable que “extraterrestres” inteligentes, de carne y hueso, nos visiten, ni siquiera por accidente. Las distancias entre los distintos cuerpos celestes son grandísimas. Una señal de Marte, que es el segundo planeta más cercano, tarda en llegar, a la velocidad de la luz, media hora. A esa velocidad, un ser vivo se desintegraría. Y de cuidar su no desintegración, tardaría millones de millones de años en llegar de un planeta lejanísimo con vida inteligente a la Tierra. ¿Amerita el costo el beneficio? En cualquier caso, la vida, según la conocemos, no perdura tanto tiempo. Por tanto, los “extraterrestres”, de haberlos avistado aquí, deben ser otra cosa que visitantes inteligentes, de carne y hueso, de esos planetas.
Cabe agregar que atribuir a estos extraterrestres las pirámides en Egipto y en México es una forma de racismo. Es como decir que sólo los europeos blancos fueron capaces de desarrollos técnicos, que los de otro lugar requirieron de ayudas externas. La propuesta es además tonta: si esos extraterrestres fuesen de veras listos, no construirían pirámides.
Éstas son arquitectónicamente deficientes por no permitir techar grandes espacios como sí ocurre con edificios abovedados. ¿Cómo decir que esos extraterrestres fueron tan inteligentes para viajar hasta la Tierra si no conocieron, ni pudieron inventar la bóveda?
Apoyados en la razón se debe subrayar la primera causa de todo, todo, el universo. No se necesita ser cristiano para llegar a esa conclusión. Cuatro siglos antes de la venida de Jesús, Aristóteles nombró esa primera causa como Motor Inmóvil, un ser perfecto que mueve y causa todas las cosas. Los cristianos llamamos a esa primera causa Dios. Y los católicos afirmamos que para admitirlo así nos basta la razón (Concilio Vaticano I), sin recurrir a alguna afirmación por fe. Por tanto, de haber extraterrestres, la razón nos dice que su causa y su sostén ha sido Dios.
Ahora bien, supongamos que existen esos extraterrestres de carne y hueso, inteligentes, y que además nos han visitado (aunque sea muy improbable lo último). Por fe podemos afirmar lo siguiente:
Primero, que la redención no sólo de los hombres sino de todas las criaturas, aun las del más remoto rincón del universo, nos viene de Jesús. San Pablo lo indica: la creación entera “gime” esperando los frutos de la redención de Jesús.
Que sea así implica que si alguna vez visitamos (o nos visitan) los “extraterrestres”, de ser humanos, nos veremos obligados, por órdenes de Jesús, a predicarles el Evangelio. Si se extrañan porque su salvación les viene de un “terrícola”, sería tan sinsentido como si los mexicanos nos extrañásemos porque la salvación nos viene de un judío, o, por poner otro ejemplo, que nos extrañásemos porque para consagrar la hostia se requiera pan de trigo y no arroz o maíz o la yerba que los extraterrestres mastican. Lo ordenó Dios de esa manera y debemos confiar en Él y obedecerle.
Finalmente, los católicos afirmamos en el Credo que el Padre creo tanto lo visible como lo invisible, es decir, los ángeles. Algún amigo me dijo que, de haber extraterrestres, muy probablemente son ángeles que se manifiestan a nosotros corporalmente.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de marzo de 2023 No. 1443