Por Rodrigo Guerra López*

En los días que corren, numerosos análisis y balances del actual pontificado se estarán realizando. Difícilmente alguien logrará capturar con justicia lo que realmente está ocurriendo. Estoy convencido que se necesita una cierta distancia histórica para poder mirar con mayor objetividad la contribución de Francisco a la reforma de la Iglesia y a la búsqueda de la paz mundial. Pienso de inmediato en la figura de Pío XII, el Papa que afrontó el escenario de la II Guerra Mundial. Ríos de tinta denunciaron sus supuestos silencios cómplices con el régimen nazi. Pasados los años, la realidad resultó ser otra: Pío XII tuvo que sufrir el escarnio de la opinión pública para no poner en riesgo los importantes esfuerzos que la Iglesia católica realizó con gran discreción para salvar a miles de judíos de las cámaras de gas.

El Papa Francisco ha sido un pontífice mediático, que ha entendido la velocidad con la que la comunicación contemporánea fluye. Sus numerosas entrevistas muestran con fuerza que no teme ir bordando, poco a poco, el perfil de sus opiniones y juicios sobre los más diversos temas. Lleno de energía contesta, bromea, matiza, y si se equivoca, no duda en pedir perdón.

Tal vez esto último es lo que más escandaliza y cuestiona a sus detractores: el Papa insiste en la centralidad del perdón y la misericordia para que la verdad pueda ser creíble. En uno de sus documentos más bellos, “Amoris laetitia”, sobre la realidad del matrimonio y la familia en tiempos postmodernos, Francisco explica cómo nadie debe considerarse en una situación irresoluble o fatal. No hay problema que no pueda encontrar camino de solución si Dios se redescubre como presencia viva y cercana, que abraza y sana. Esta certeza es la que también habita en su Encíclica sobre el medio ambiente y el desarrollo humano integral (“Laudato si”), en la referente a la necesidad de reconsiderar el método para crear una nueva presencia política de los católicos en el mundo contemporáneo (“Fratelli tutti”), o en sus numerosos esfuerzos para la restauración de la paz mundial.

La Iglesia necesita ser reformada. No sólo por este o aquel escándalo más o menos visible, sino porque la reforma es una dimensión constitutiva de la vida verdadera. Con esta mirada, Francisco ha convocado a redescubrir la “sinodalidad”, es decir, la mutua corresponsabilidad que todos los fieles poseemos en el cuidado del bien común de la Iglesia. Sinodalidad no significa parlamentarismo.

Significa algo más hondo y mucho más necesario: reaprender a caminar juntos escuchando con atención al otro. Escuchar antes de juzgar. Escuchar antes de pretender emitir una consigna moral o religiosa. Escuchar para descubrir la voz de Dios ahí donde se encuentre: aún en lo lejano, en lo diverso o en lo adverso. A diez años de su providencial elección no puedo sino agradecer el don de su persona y de su ministerio que nos corrigen y nos educan constantemente.

*Artículo publicado en El Heraldo de México (se reproduce con permiso del autor)

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de marzo de 2023 No. 1444

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