Por P. Fernando Pascual
El padre abad conocía a aquel joven. Era entusiasta, trabajaba con mucho tesón, lograba una excelente comunicación y sintonía con los adolescentes y los jóvenes.
Pero había algunos comportamientos y actitudes que planteaban dudas. ¿Llegaría a ser un buen sacerdote? ¿Era prudente admitirlo al diaconado y luego al presbiterado?
Fue a la capilla y empezó a hablar, desde el corazón, con Cristo Eucaristía.
“Señor, buenas tardes. Vengo con gratitud porque sigues con nosotros, los hombres, que necesitamos tu ayuda, tu luz, tu perdón, tu esperanza.
Ahora quisiera rezar y pedir ayuda por este joven seminarista. Tú lo conoces plenamente, como me conoces a mí y a cada uno.
Sé que ese joven tiene muchas cualidades y un gran deseo de trabajar por Ti. Pero a veces tiene actitudes de autosuficiencia y rebeldía que no consigue superar.
Además, algunos de sus comportamientos reflejan un modo de pensar mundano: en el vestir, en el hablar, en los modos de tratar con los jóvenes, especialmente con las mujeres.
Alguno ha intentado ayudarle en estos puntos, pero él no comprende las observaciones. Incluso se queja de que se le trata como si fuera inmaduro, de que no confían en sus cualidades.
Me daría cierto miedo ver que diera los siguientes pasos hacia el sacerdocio apoyado en su modo de ser y sus ideas, mientras olvida aspectos esenciales de la vida espiritual.
Porque ser cristiano, y ser sacerdote, implica dejar la propia manera egoísta de pensar para abrirse al mensaje del Evangelio, para acoger las enseñanzas de la Iglesia, para dejarse acompañar por quienes tienen más experiencia.
Yo mismo no sé si hablar con él o dejar que siga adelante. Sé que si le digo algo, puede cerrarse, o adoptar un comportamiento de escaparate y apariencias, mientras llega la ordenación, para luego volver a actuar como antes.
Pero si no digo nada, me sentiría culpable de no haberle avisado, como hermano, para que pueda abrir los ojos a su situación, y así dejarse ayudar en puntos concretos de su vida.
Sé que mis palabras, o las de otros formadores y compañeros, son pobres si no están bendecidas por tu Amor, si Tú no susurras tus consejos a este joven, y a tantos otros jóvenes (o adultos) que tienen situaciones parecidas.
Por eso, pongo a este seminarista en tus manos. Ilumínale, abre su mente y su corazón, para que pueda descubrir la verdad de su alma, y se deje ayudar por quienes deseamos su bien.
Te lo pido a Ti, Salvador del mundo y Mesías que sabes transformar los corazones con tu mensaje de amor y misericordia, y que eres la única fuente de la verdadera fecundidad apostólica, para el bien de los hombres y, en concreto, para la vocación tan maravillosa que has pensado para este joven, elegido por ti para ser tu sacerdote. Amén”.
Imagen de Đức Tình Ngô en Pixabay