Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

En la pasión de Cristo tenemos un espejo de la pasión del hombre sobre la tierra. Del Ecce Homo. En especial, de lo que sufre el hombre “justo”, en manos de los malvados. Son cotidianos los reclamos de justicia, porque no existe la verdad. Sin verdad es imposible la justicia. Como cada uno tiene su verdad, así practica la justicia a su modo.

En el relato de la pasión de Cristo leemos que al gobernador romano, Poncio Pilato, le tocó juzgar a Jesús. El sanedrín judío ya lo había juzgado y condenado a muerte. Pero necesitaba la aprobación del gobernador romano para ejecutar la sentencia. Pilato, pues, debe juzgar y decidir.

Al escuchar Pilato las acusaciones contra Jesús, le interesó una, y le preguntó: ¿Eres tú rey de los judíos? Era contravenir las leyes implacables del imperio. Jesús le responde, no negando el hecho, sino precisando su naturaleza y origen: Mi reino no es de este mundo. Está aquí, pero no tiene su origen aquí. No tiene legiones ni nada parecido. No es competidor de nadie. Y le aclara enfático Jesús: Soy rey. Nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz. Extraño, sin duda, para un político pragmático como Pilato, un reino que se ocupa de la verdad, y que condiciona su pertenencia a quien la busca.

Poco entendió Pilato, y cuestiona a Jesús: ¿Qué es la verdad? Pero no esperó la respuesta. No es fácil descubrir y, sobre todo, aceptar y más seguir siempre la verdad, lo verdadero y justo. Nada se tuerce tanto como la verdad. Es difícil lograr adecuar nuestros pensamientos a la objetividad de la existencia, pero todos tenemos la indispensable capacidad de hacerlo a partir de nuestra razón, aún en su expresión más sencilla como es el “sentido común”. Porque la verdad no se inventa, ni se crea a partir de nuestros gustos o intereses, sino que simplemente existe. La verdad es. Está allí. Hay que descubrirla. Como auxilio tenemos la experiencia común que nos ha permitido subsistir: el Decálogo; y además los auxilios extraordinarios en la voluntad de Dios, que custodia y enseña la Iglesia.

Existen campos especialmente expuestos al engaño y a la mentira como son el comercio, los tribunales, la aplicación de las leyes, o como fue el caso de Pilato, la política. Son oficios de los cuales depende la sana convivencia social. Si no los cuidamos, seguiremos en las garras de los poderosos, que proseguirán destrozando a la humanidad a su gusto.

¿Qué hizo Jesús? Resistió al poder. No con otro poder, sino con la integridad de su vida. Con la verdad de su conciencia. El hombre justo, con la verdad en su conciencia, es quien derrota a los poderosos. No tendrías autoridad sobre mí, si Dios no te la hubiera dado. La autoridad humana está sujeta a la autoridad de Dios, el único que juzga las conciencias. Si agentes externos se implican en las injusticias -como fue el caso de Judas-, contraen también su culpa: Tiene un pecado mayor, pero la autoridad no por eso deja de tenerla. Y grave.

El católico, ¿qué hacer? Tomar el Evangelio, leer la Pasión de Jesús, contemplar un largo rato la imagen de Jesús crucificado, confrontar hechos con hechos, dichos con dichos, y encomendar al Espíritu santo su decisión. Haga una elección libre y soberana, según su conciencia formada en la escuela del Salvador. Pilato dijo de Jesús, mostrándolo al pueblo: Ahí está el Hombre. Siga en esto su consejo. ¡Vea al Eccehomo! ¡Al ser humano! Y actúe.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de abril de 2023 No. 1448

Por favor, síguenos y comparte: