Por Arturo Zárate Ruiz
Hoy menos conocido que el poeta fray Luis de León es el predicador fray Luis de Granada, también escritor del siglo de oro. Destacó especialmente por promover, como lo hicieron muchos santos españoles de la época, una verdadera reforma en la Iglesia, una fundada en la santidad de vida, no en la promoción de un cristianismo aguado propio de la revuelta protestante. Hizo eso este dominico con su oratoria, sus escritos y su vida ejemplar.
De él quiero aquí destacar que la Iglesia lo reconoce como venerable, que prefirió la impopularidad a consentir en sus hijos espirituales flojedad en la fe por fines mundanos, y su, tal vez, hermosa simplicidad por apurarse en admitir milagros.
¿Qué es un venerable? La Iglesia se refiere con este título a personas que han sido declaradas, tras morir, “heroicas en virtud” durante la investigación y el proceso que conducen a su canonización como santos. Si bien todavía no se les reconocen milagros para beatificarlos o canonizarlos, se admite su ejemplaridad como cristianos, lo que supone que ya gozan ellos de la presencia del Padre; e implica además que, en privado, podemos tenerles devoción (de aprobarla algún obispo). Quien quite y nos conceda el venerable un milagro que permita finalmente que se le eleve a los altares. Venerables muy conocidos son el papa Pío XII, quien inclusive en su misma alcoba escondió a judíos durante el Holocausto, el cardenal vietnamita Van Thuan, por muchas décadas torturado por los comunistas, el obispo y predicador de televisión norteamericano Fulton Sheen, y el científico Jérôme Lejeune, que identificó el síndrome de Down y defendió a los afectados.
Fray Luis de Granada no consintió en sus hijos espirituales el aflojar sus compromisos cristianos, por más loables que fueran los fines mundanos. Tras la muerte del joven rey Sebastián de Portugal, ascendió al trono su tío Enrique, un cardenal, quien por sus votos religiosos no podía casarse ni tener hijos que lo sucedieran, aunque así conviniera para el reino. Fray Luis de Granada, como director espiritual suyo, no consintió que quebrantase esos votos: eran perpetuos. Al morir el rey Enrique, Felipe II de España reclamó el trono con las armas. Muchos portugueses se opusieron militarmente. Sin embargo, fray Luis de Granada no les permitió a sus hermanos dominicos tomar partido político, y aún menos las armas: no les era permitido que lo hicieran porque, como sacerdotes, debían ser factor de reconciliación entre hermanos. Quizás esto explique por qué los portugueses nacionalistas se han olvidado de él, no obstante, sus virtudes cristianas.
En 1588, a los 84 años, fray Luis de Granada era el más famoso predicador en Portugal y se le admiraba en toda Europa por su erudición y sus publicaciones piadosas. Nobles de la más alta alcurnia lo visitaban para pedirle su dirección espiritual. Reyes hacían cola en Lisboa para oír sus sermones. Cardenales, obispos y varios papas en Roma enaltecieron la seguridad de su doctrina, su humildad de espíritu y su santidad en obras. Granada fue inspiración de muchos padres conciliares en Trento, discípulo de san Juan de Ávila, amigo íntimo de san Bartolomé de los Mártires, contemporáneo de san Ignacio de Loyola, y preceptor con sus libros de santa Teresa la Grande, Doctora de la Iglesia. Tan acostumbrado a la santidad, fray Luis cayó en el error de verla dondequiera. Aceptó, sin cuidar cerciorarse, los estigmas de la priora de la Anunziata como verdaderos. Y tal como la Inquisición fácilmente averiguó, no eran más que barniz de uñas. Aun cuando la mención sea breve, el US News & World Report lo incluye todavía en la lista de los engaños más simplones en la historia de la charlatanería religiosa.
Pero por favor, lector, no taches a fray Luis de Granada de tonto. No sólo le era fácil admitir los milagros por convivir con muchos santos, también por diariamente contemplar y vivir el más sencillo, humilde, fino y amoroso de ellos: la Eucaristía, “Divino Manjar” que adoraba y recibía en su alma. Así lo proclamó en su sermón final, poco antes de morir en olor de santidad. Si quieres, pues, milagros, confiésate y comulga en esta Cuaresma.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de marzo de 2023 No. 1446