Por P. Fernando Pascual
Sentimos pena al ver cómo algunos desperdician sus vidas en la ludopatía, en la droga, en el alcohol o, simplemente, en un egoísmo corrosivo.
Surge entonces la pregunta: nosotros mismos, ¿estamos invirtiendo bien nuestras propias vidas, o hay momentos, incluso días, que han sido despilfarrados inútilmente?
Hablar de invertir bien la propia vida significa reconocer que hay actividades que valen la pena, que nos ennoblecen, que ayudan a otros, que permiten pequeñas o grandes mejores en el mundo.
Al mismo tiempo, significa reconocer el riesgo de desperdiciar nuestras vidas, con opciones que no llevan a ninguna parte, o incluso que conducen hacia el mal para uno mismo y para otros.
Para invertir bien la propia vida, nos hace falta iluminar nuestra mente para que pueda identificar aquello que nos orienta hacia lo noble, lo justo, lo bello.
Además, necesitamos fortalecer la voluntad, para que no sucumba ante el capricho del momento, para que no tema las presiones dañinas de otros, para que no se canse ante los obstáculos que surgen continuamente en el camino.
Todo ello requiere honestidad, valentía, apertura a buenos consejos, paciencia, y humildad cuando tenemos que reconocer un error y así poder dar un fuerte golpe de timón.
Por ello, pedimos ayuda a Dios, para que ilumine nuestros pasos, nos enseñe y nos guíe en el buen camino (cf. Sal 27,11).
Con la ayuda del Buen Pastor, con la compañía de tantos hermanos buenos, podremos invertir nuestras vidas en lo que vale la pena, para aprovechar bien el breve tiempo de la existencia terrena, y para avanzar hacia el encuentro con el amor eterno.
Imagen de Karolina Grabowska en Pixabay