Por Viviana Cano
Darle a María un lugar de honor en nuestra casa nos dispone a orar, agradecer y consagrarnos mientras Ella nos acoge.
Desde que era niña, mi amada mamá en nuestra casa le dio un lugar de honor a la Santísima Virgen. En ese lugar orábamos, pedíamos por nuestras intenciones, cantábamos, llorábamos, aprendimos a discutir y siempre que había algo importante qué decidir, se ponía en oración a los pies de la Mater: las alegrías, las buenas noticias, las respuestas a nuestras oraciones e incluso los hallazgos de nuestras caminatas (flores, etc.) se ponían como regalos a la Santísima Virgen.
Así pasaron muchos años, mi amada mamá, me dio el ejemplo de la vida de oración, el abandono y amor a Nuestra Señora y a Dios y de tener en el centro de nuestra casa en físico y en práctica a la Santísima Virgen y Nuestro Señor; ellos regían nuestra vida.
Años después mi mamá regresó a casa del Padre. Sin embargo, heredé esa forma de vida.
En el camino hubo muchos cambios y me deshice de muchas cosas, pero no de ese cuadro. El cuadro viajó conmigo y en cada lugar al que llegaba, tenía un lugar de honor; cada vez que salía, me persignaba, llegaba y la saludaba, ofrecía y oraba por todas mis intenciones.
Pasaron los años, conocí a mi hoy esposo y, un día, antes de casarnos, por iniciativa suya, sin conocer mucho sobre la historia del cuadro y nuestra práctica de fe alrededor de él, decidió consagrar nuestro matrimonio. Así ha pasado el tiempo y la Mater nos ha acogido y se ha hecho presente en nuestra familia.
El cuadro sigue teniendo un lugar de honor. Alrededor de él hay toda una vida de conquista espiritual para invitarla a establecerse en nuestra casa y que pudiéramos conquistar lo que en Schoenstatt se llama un santuario hogar.
Tuvimos la gracia de que justo el día de la Candelaria (por cierto día del cumpleaños de mi mamá), pudiéramos entronizarla y ofrecernos a ella. Descubrimos en el proceso de preparación, que eso que mi mamá había hecho, había sido también un intento de ella por conquistar ese santuario hogar y que eran más de 19 años de conquista (juntando los de las 2 familias).
Nos dimos cuenta de tantas formas en las que nos ha cuidado, guiado, de que a pesar de pensar que nunca estaremos listos para recibirla dignamente en nuestra casa (física y figurativamente) ella como Buena Madre, nos busca, y espera nuestro corazón dispuesto.
Ella quiere establecerse para educarnos, guiarnos y llevarnos hacia su hijo. Si aún no tienes un lugar de honor para ella, ¿qué esperas? ¡Invítala a tu casa!
¡Un santuario más para la gloria de Dios! ¡Decimos sí Mater!
¡Nada sin ti, nada sin nosotros!
“Ella que transforma una cueva de animales en un hogar para Jesús, con un par de pañales y un puñado de ternura” quiere quedarse entre nosotros.
“Tomen el cuadro de la Madre de Dios y denle un lugar de honor en su casa. Entonces sus hogares se convertirán en pequeños santuarios donde el cuadro de gracia probara ser una fuente de gracias, creará una atmosfera familiar santa.”
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de marzo de 2023 No. 1446