Por P. Alejandro Cortés González-Báez
Nzygmunt Bauman es uno de los sociólogos más conocidos de nuestro tiempo. Nacido en Polonia, de raza judía, e ideología marxista muy personal. Fue expulsado del ejército ruso —en el que había sido condecorado por su valor en batalla— porque su padre solicitó salir de Rusia. Este autor manifiesta, desde hace varios años, sus ideas sin reparos, lo cual le ha provocado ser rechazado de naciones, sociedades intelectuales, etc. Autor de muchos libros donde describe a la sociedad contemporánea como Modernidad Líquida.
Esta visión sociológica es una figura del cambio y de la transitoriedad, de la desregulación y liberalización de los mercados. La metáfora de la liquidez intenta también dar cuenta de la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada, marcada por el carácter transitorio y volátil de sus relaciones.
Se trata de una continuación caótica de la modernidad, donde cada persona puede cambiar de una posición social a otra de manera fluida. Este “nomadismo” se convierte en un rasgo específico del hombre líquido moderno, mientras fluye a través de su propia vida como un turista; cambiando residencias, trabajos, cónyuges, opciones políticas, valores y orientación sexual, pero todo ello provoca un aumento en los sentimientos de incertidumbre.
El modernismo líquido produce que los patrones culturales tradicionales sean reemplazados por los escogidos por cada individuo. La expresión modernidad líquida busca definir un modelo social que implica —entre otras cosas— el fin de la era del compromiso mutuo, donde el espacio público retrocede y se traspasa a un individualismo tal, que lleva a la desintegración del concepto de ciudadanía.
El resultado de todo ello es una mentalidad normativa con énfasis en el “cambio” más que en la “permanencia”; en el compromiso provisional e individual, más que durable y estático (“sólido”) o construido socialmente.
Bauman estudia diversos aspectos de la vida del ser humano, como por ejemplo su capacidad de relacionarse con los demás en las olas de una sociedad líquida siempre cambiante –incierta– cada vez más imprevisible.
La modernidad líquida es un tiempo sin certezas, donde los hombres intentan obtener libertades civiles y deshacerse de la tradición, y se encuentran ahora con la obligación de ser libres asumiendo los miedos y angustias existenciales que tal libertad comporta. Esta cultura laboral de la flexibilidad arruina la previsión de futuro. El amor se hace flotante, sin responsabilidad hacia el otro; se reduce a un vínculo sin rostro que se hace presente a través de las redes sociales.
Los hombres se esfuerzan por ser libres, pasando a tener que diseñar su vida como un proyecto que en verdad es un simple espejismo.
Por su parte, la familia nuclear se ha transformado en una “relación pura” donde cada “socio” puede abandonar al otro a la primera dificultad. El amor se hace flotante, sin responsabilidad hacia el otro. Las instituciones dejan de ser anclas de las existencias personales.
Como podemos ver, el análisis de Bauman es preocupante por pesimista, pero es como una radiografía que nos enseña que ya hay metástasis en nuestro organismo social. Me parece que vale la pena pensar en ello.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de abril de 2023 No. 1450