El filósofo mexicano Rodrigo Guerra López, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), impartió una clase sobre las crisis democráticas y la fe cristiana en Latinoamérica, en el marco del congreso “La democracia para el bien común: ¿qué tipo de mundo queremos construir?” este lunes 27 de marzo en la Pontificia Universidad Gregoriana.

Por Sebastián Sansón Ferrari – Vatican News

América Latina como «un verdadero continente de la esperanza». Es un concepto que se extendió con San Juan Pablo II y luego lo repitieron Benedicto XVI y Francisco, y constituye el punto de partida de la clase impartida por Rodrigo Guerra, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina (la CAL), en el congreso «La democracia para el bien común: ¿qué tipo de mundo queremos construir?», este lunes 27 de marzo en la Pontificia Universidad Gregoriana.

Guerra explicó que los elementos que subyacen a esta expresión comenzaron a esbozarse con San Pablo VI. En 1966, en un momento en que la posibilidad de un Papa latinoamericano hubiera parecido un sueño absolutamente irrealizable, el Papa Montini pensaba en Latinoamérica como «fiel heredera del patrimonio de fe y de civilización, quye la antigua, no la vieja Europa, te entregó el día de tu independencia, y que la Iglesia, madre y maestra, custodia con amor superior a veces a sus propias fuerzas de realización».

Pablo VI decía, en aquel contexto:

«Ahora un nuevo día ilumina tu historia: la de la vida moderna, con todos sus problemas impetuosos y portentosos; una vida no ya paganamente profana, no ya ignorante de los destinos espirituales y trascendentes del hombre, sino una vida consciente de vuestra vocación original de componer en una síntesis nueva e ingeniosa lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, el don ajeno y vuestra propia originalidad; una vida no incierta, no débil, no lenta; sino justa, pero fuerte, pero libre, pero católica: un inmenso continente es vuestro; el mundo entero espera vuestro testimonio de energía, de sabiduría, de renovación social, de armonía y de paz; el testimonio más nuevo de la civilización cristiana».

La América Latina de hoy: Violencia, pobreza, corrupción

Después del tiempo transcurrido, según el filósofo mexicano «parece difícil justificar tal punto de vista».

«América Latina, dijo Guerra, está experimentando diversas convulsiones, entre ellas las políticas. La violencia, la pobreza y los grandes procesos migratorios van acompañados de la corrupción de las clases políticas, la expansión del crimen organizado, graves daños medioambientales, la construcción de nuevas dinámicas de dependencia y un descenso del número de católicos en varios países. Este descenso se debe unas veces a los escándalos de abusos sexuales del clero, otras a la presencia de importantes grupos neopentecostales y otras a la erosión provocada por ciertos procesos de secularización».

El desafío democrático global y latinoamericano

El especialista desglosó tres elementos que, según considera, ayudan a comprender una parte del «complejo escenario latinoamericano, prestando especial atención a los desafíos y problemas de las democracias contemporáneas».

El primer punto fue la democracia en América Latina, que tiene su propia historia. «Sin embargo, precisó Guerra, no está al margen de la dinámica global de deterioro democrático que existe en todo el mundo».

El académico planteó los rasgos distintivos de la crisis actual: la excesiva concentración de poder en el ejecutivo, el cuestionamiento de las instituciones responsables de los procesos electorales, la reducción de las libertades de prensa y la persecución de periodistas, el adelgazamiento de la sociedad civil organizada, la desilusión de las nuevas generaciones con los partidos políticos tradicionales, la expansión de la corrupción y la emergencia de populismos de derecha e izquierda que han intoxicado la vida social y política a través de una excesiva polarización.

Reinventar la democracia

El segundo concepto propuesto fue el de repensar la democracia desde sus raíces. Guerra exploró un aspecto sutil y descuidado de la vida democrática, que considera «de suma importancia hoy en día: su necesaria imperfección» y recordó que hasta cierto punto Ratzinger comienza a advertirlo cuando afirma:

«Para la futura consistencia de la democracia pluralista y el desarrollo de una medida humanamente posible, es necesario tener el valor de admitir la imperfección y el estado de peligro constante en que se encuentran las realidades humanas. Sólo los programas políticos que reúnen este coraje son morales. Por el contrario, el moralismo aparente que sólo se contenta con lo perfecto es inmoral».

El secretario de la CAL destacó la importancia de comprender que, «si la democracia es una forma de gestionar la vida en común de un pueblo compuesto por personas reales, siempre será un factor de imprevisibilidad, ambigüedad y cierto grado de desorden». «A diferencia de las máquinas, agregó, que con cierta regulación perfecta pueden funcionar durante mucho tiempo -como en el caso de los relojes-, las sociedades implican una pluralidad de sujetos libres y limitados que generan múltiples interacciones irregulares en diversos planos y niveles».

La necesidad de una contribución cristiana en la sociedad contemporánea

En el último punto de su alocución, Guerra habló sobre el ser cristiano, «que no es vivir dentro de un ideal de coherencia constante, fruto de nuestra propia voluntad, sino dentro de una misericordia constante, que se apiada de nuestra miseria».

El catedrático invitó a observar «de cerca los esfuerzos del Papa Francisco por promover un enfoque no moralista de la fe cristiana, redescubriendo su dimensión comunitaria, misionera y generadora de fraternidad». Según Guerra, «los documentos Lumen fidei, Evangelii gaudium, los discursos sobre la sinodalidad y las encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti, articulan acertadamente el itinerario que parte del encuentro con la Persona viva de Jesucristo a través de la Iglesia -que es simultáneamente comunión y sinodalidad- con la dimensión social del Evangelio, incluso en sus aspectos más incisivos dentro de las dinámicas del desarrollo y las necesidades de las nuevas sociedades democráticas».

«Continente de la esperanza» no es una expresión fatua o ilusoria

El docente concluyó que «América Latina tiene todavía una importante dosis de ‘cultura de fondo’, un ‘sustrato’ que permite valorar la vida comunitaria, la lucha por la justicia y la celebración de la fe».

Guerra aclaró que «todas las carencias mencionadas van acompañadas, incluso en los países con menos libertades de América Latina, de una gran capacidad de resiliencia social».

«Las protestas sociales tienden a encontrar cauces institucionales, los ciudadanos comienzan a redescubrirse como responsables y activos, a menudo con un gran número de jóvenes que hacen valer sus derechos y reivindicaciones tanto en las calles como en las redes sociales. Las mujeres están asumiendo un nuevo papel en casi todos los asuntos. Y los votantes responsables de llevar al poder a un determinado liderazgo suelen ser también los primeros en quejarse de sus deficiencias. En tiempos de emergencias naturales extraordinarias (terremotos, huracanes, etc.), surge la solidaridad y la sociedad adquiere verdadera conciencia de ser «un solo pueblo».

Para el profesor, «quizás lo que indudablemente falta es que en la cultura latinoamericana, tan predominantemente visual, simbólica y fraterna, se vuelva a proponer un icono de reconciliación y participación social activa. Un icono de unidad y libertad con justicia y dignidad. Un icono que no sea complaciente ni artificial, es decir, que responda verdaderamente al ethos cultural latinoamericano».

 


 

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