Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa
Significativo este proverbio ruso: “Hay quienes pasan por el bosque y solo ven leña para el fuego”. No el verdor, ni la benigna sombra, ni los frutos dorados. Así son -así somos- quienes disminuyen el valor de las personas por estar marcadas con el signo algebraico de menos. “De veinte personas que hablan de nosotros, escribió Rivaral, 19 hablan mal y la vigésima, que habla bien, lo hace mal”.
Cómo han proliferado los que se ocupan en buscar y divulgar no sólo los defectos visibles y públicos de la gente, sino aun los íntimos y privados, con lo que demuestran que nunca se ocupan de conocer y corregir sus propios desfallecimientos. Son graduados en chismografía con banda, diploma, medalla y sobresaliente.
El chisme es nada menos que una violación a los derechos del hombre, como así los proclama el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que las Naciones Unidas brindaron, como un regalo al mundo, el 10 de diciembre de 1948: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, sus familias, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación”. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.
Todos tenemos una zona sagrada que debe ser inviolable, un trozo de vida que lleva este letrero “No tocar”; son nuestros asuntos de conciencia, nuestros papeles personalísimos, la infranqueable frontera de la persona y del hogar. Y con ello, poseemos el derecho a que no se publiquen los defectos, se divulguen las sombras y mucho menos se afirme contra la persona lo que no es verdad. Tal es la murmuración, la crítica, el falso testimonio, la maledicencia, la calumnia, el chisme; diversos matices del mismo triste oficio de ver únicamente leña en el esplendor del bosque.
Chisme, en lengua francesa, se dice nada menos que cancan, sin que la imaginación vuele a los bailes del Moulin Rouge de París. Chisme es palabra latina, schisma, que equivale a noticia falsa y, si se quiere, a cisma, separación entre la verdad y la mentira, entre la vida privada y pública. Chismorreo, chismorrería, chismografía, chismes de vecindad.
Practicado como negro deporte de camarillas y aun de comunidades, el chisme divide, crea desconfianza, deforma la realidad, entorpece la amistad, según difama a inocentes que difícilmente pueden defenderse. Y esto es terrible: cuanto más difícil de creer es un chisme, más memoria tienen los estúpidos para retenerlo.
Según el Libro del Eclesiástico, escrito hace unos veintidós siglos en Alejandría: “Golpe de látigo deja un moretón, golpe de lengua rompe los huesos; muchos cayeron al filo de la espada, pero no tantos como las víctimas de la lengua. Dichoso quien no es presa de su furor, ni arrastra su yugo, ni se enreda en sus cadenas”.
Artículo publicado en El Sol de San Luis el 21 de septiembre de 1991
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de mayo de 2023 No. 1454