Por Arturo Zárate Ruiz
Para muchos protestantes, la sola scriptura no sólo supone que para leer la Biblia se excluya el magisterio de la Iglesia, supone además que las Escrituras son tan claras que cualquier hijo de vecino puede acceder allí a la revelación de Dios, sin que se exponga a las falsedades que, según ellos, introducimos los católicos. Los hermanos separados abrazan así lo que se llama doctrina de la claridad de las Escrituras, de tal modo que aquellas cosas que son necesarias para ser conocidas, creídas y observadas, para la salvación, son tan claramente propuestas y abiertas en algún lugar de la Escritura, que no sólo los doctos, también los no doctos pueden alcanzar por sí solos un entendimiento suficiente y fácil de ellas.
Sin embargo, las Escrituras no son lo suficientemente claras. Por ello, se pueden falsear. Ciertamente, lo hacen malos católicos, pero también los protestantes, y aun Satanás. Lo hizo cuando tentó a Jesucristo: «Si eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está escrito: Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna». La respuesta de Jesús fue «También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios». De allí que, para leerlas, requerimos de la guía de la Iglesia. Sólo a ésta se le prometió que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Sin embargo, mi intención ahora es el destacar que la oscuridad bíblica no es un defecto, sino un regalo de Dios. San Agustín lo explica en De doctrina christiana: «No dudo que todo esto ha sido dispuesto por la Providencia divina para quebrantar la soberbia con el trabajo, y para apartar el desdén del entendimiento, el cual no pocas veces estima en muy poco las cosas que entiende con facilidad».
Además, la oscuridad bíblica es, por decirlo de alguna manera, luminosa. Dios inspiró a hombres para revelarse en las Escrituras, y como hombres que fueron, escribieron con lenguaje humano, uno que, como cualquier lingüista moderno lo sabe, es polisémico, con múltiples significados. Estos enriquecen nuestro entendimiento de la Revelación. Los santos padres han reconocido desde hace siglos al menos cuatro sentidos en la Escritura: el literal o histórico, el alegórico, el moral y el escatológico.
Es histórico que los judíos cruzaron el mar Rojo para librarse de la esclavitud de Egipto. Es alegórico reconocer en el relato un símbolo del bautismo que nos libera de la esclavitud del pecado. Es literal que los magos entregaron oro, incienso y mirra al Niño Jesús. Es simbólico reconocer en esos regalos que lo adoraron como Rey, Dios y Hombre mortal (la mirra se usaba para embalsamar cadáveres).
Es histórico que Naamán se bañó siete veces en el Jordán para curarse de la lepra. Hay allí, de nuevo, la alegoría del bautismo. Y hay además el sentido moral de —para curarse— renunciar a los siete pecados capitales: soberbia, ira, envidia, gula, pereza, avaricia y lujuria.
Es literal que Samuel ungió como rey a David, al más pequeño y olvidado de los hijos de Jesé. El sentido moral es que el humilde es el enaltecido. Es histórico que David se subió a una torre y desde allí se dedicó a desear a Betsabé. Un sentido moral es que, ya como rey, se subió a la torre, es decir, se trepó en la soberbia y eso lo despeñó al pecado. Es histórico que tras Pedro negar a Jesucristo cantara un gallo. Es alegórico que un gallo cantase porque Pedro fue un cobarde, una gallina. Es moral la advertencia de que podemos pecar aun antes de que cante un gallo.
Es histórico que Jesús acompañó a su madre en las bodas de Caná y que allí hizo Él su primer milagro: convertir el agua en vino. Es alegórico que el vino simbolice la alegría por la Buena Nueva de Jesús. Es moral que se nos enseñe acudir a María para que interceda ella por nosotros ante su Hijo. Es escatológico, o referencia a los últimos tiempos, que la boda en Caná anuncie la fiesta nupcial sin fin de Dios con su Iglesia, una vez que nos reunamos con Él en el Cielo.
Demos gracias a Dios por las Escrituras y por la Iglesia que, como maestra, nos explica su sentido.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de mayo de 2023 No. 1454