Por Jaime Septién

Hace poco escuché a un conferencista hablar de la experiencia de vida y artística del fabuloso violinista judío estadounidense Itzhak Perlman (1945). Con un problema de polio agudo desde muy pequeño, la vida de este artista se fue forjando contra todas las adversidades.

En una ocasión, tocando una composición para violín y orquesta, se rompió una cuerda de su violín. No podría haber seguido tocando hasta no haber reparado la cuerda. Y Perlman tendría que haber ido a su camerino, reponer la cuerda rota, afinar el instrumento y volver, trabajosamente, a su sitio a un lado del director de orquesta. Habría consumido un tiempo considerable. Y el público abarrotaba el Lincoln Center de Nueva York.

¿Qué pasó? Perlman le dijo al director que siguiera conduciendo a la orquesta. ¡Pero, esto es imposible!, dijo para sí el director (y la orquesta entera). Obedeciendo al violinista, el concierto siguió. Y Perlman adaptó la partitura para tocarla con una cuerda menos. Al final, tras la carretada de aplausos, Perlman, que sabía lo que estaba diciendo, subrayó: “Como artista, tengo que saber cuánta música puedo hacer con lo poco que me queda”.

El conferencista comparó esto con la vida. Todos llevamos una cuerda de menos. Y con eso, con lo que nos queda, en lugar de regodearnos en nuestras carencias, ¿no podríamos pensar como Perlman? ¿Hacer la música de nuestra vida con más de una cuerda faltante?

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de mayo de 2023 No. 1453

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