Alicia Molina es una escritora de cuentos para niños, quizá la más importante de México. Esposa del novelista Francisco Prieto y madre de tres hijos, es, además, comunicóloga, guionista e investigadora en televisión educativa. Se ha dedicado a fomentar la integración de niños con discapacidad a través de algunas de sus narraciones, además de enfrentar un tema imprescindible (y al que muy pocos le ponen atención en nuestro país): el inicio de los niños en la lectura en narraciones como El agujero negro, El cristal con que se mira, El zurcidor del tiempo, No me lo vas a creer, La marca indeleble y varios títulos más.

Por Jaime Septién

¿Alicia, qué impacto han tenido tus libros entre los niños que los han leído?

En realidad no lo sé, pero he tenido la fortuna de conversar con niños de diferentes partes del país que me comentan cosas que me sorprenden y me encantan. Lo más importante que me ha sucedido es que para algunos, El Agujero negro fue el primer libro que leyeron solos y el que los convirtió para siempre en lectores. Esa es una satisfacción inmensa. O el que alguien me lleve a firmar la colección completa de mis libros, usados y subrayados… O que me hagan preguntas que yo nunca me he hecho… O que recuerden frases que les fueron significativas.

Quienes escribimos para niños tenemos a veces el privilegio de encontrarnos con lectores francos, directos y entusiastas, que te revelan con su lectura cómo imaginaron eso que leyeron. El lector completa el texto, va llenando todos los huecos que el autor dejó, revive y hace crecer al personaje. Cuando leen tan activamente, se vuelven coautores tuyos y esa es una experiencia extraordinaria.

¿Cómo invitar a los niños a penetrar en el universo de la literatura en mediodel mundo fácil de lo digital?

Creo que el amor a la literatura es un virus y se transmite por contagio. Yo crecí en una familia donde todos leían y muy pronto tuve curiosidad por saber qué encontraban en los libros. ¿Por qué mis hermanas no venían a cenar cuando las llamaban?, ¿por qué mi hermano no quería apagar la luz en la noche?, ¿porque mi papá se sentaba todos los días después de comer a leer la enciclopedia? ¿porqué mi mamá nunca salía sin llevar un libro en la bolsa? Todo eso despertaba mi curiosidad. Para animar a un niño a leer, yo elegiría un libro que a mí me hubiera encantado y que tenga elementos que creo le van a entusiasmar a él también.

Es como presentarle un amigo que has detectado que tiene cosas en común con él, tienes la intuición de que se caerán bien. Así que quien anima a la lectura tiene que conocer muy bien al niño o la niña y tiene que haber disfrutado de ese libro, así es como se contagia este virus…

¿Los clubes de lectura, las bibliotecas públicas, las bibliotecas escolares son necesarias ahora que todo puede encontrarse en internet?

Los medios digitales son nuevos “soportes” de la lectura y los libros son accesibles casi automáticamente, pero el proceso de leer sigue siendo el mismo.

Yo creo que las bibliotecas seguirán siendo indispensables. Para ser un buen lector no sólo necesitamos saber leer y tener un buen libro. Necesitamos espacios de socialización de la lectura, compañeros y amigos que hayan leído al mismo autor y se hagan preguntas diferentes sobre el texto. Necesitamos ambientes en los que nos recomienden libros y autores nuevos, que nos abran perspectivas diferentes. Necesitamos espacios donde explorar con libertad los libros antes de elegir. En un país como el nuestro en el que los únicos libros presentes en los hogares son los libros de texto, se necesitan estos ambientes que invitan a la lectura y que nos abren alternativas de vida muy diversas y ricas.

Todos somos diferentes, y eso es perfecto

Cuando mi hija Ana tenía once años empezó a usar silla de ruedas. Para prepararla, busqué cuentos en los que apareciera una niña o un niño que usara una silla para moverse. No encontré ninguno, es más me di cuenta de que, en aquella época, los niños con discapacidad no existían en los cuentos infantiles. Me pareció gravísimo. ¡Estaban fuera del imaginario colectivo!

Cómo se identificarán si no había niños o niñas como ellas, si tampoco había adultos con discapacidad en ninguna historia. Una amiga de mi hija me comentó que de chiquita pensaba que se iba a morir niña, pues nunca había visto a un adulto sordo.

También me pareció muy triste que los niños sin discapacidad no pudieran aprender en las historias a convivir con los niños que tenían diferencias funcionales. Me parecía una pérdida que no pudieran aprender de ellos y con ellos cómo enfrentar sus propias diferencias y limitaciones. Dónde aprenderán entonces que todos somos diferentes y que eso es perfecto, donde encontrar modelos de inclusión que faciliten el proceso. Todas esas reflexiones me hicieron incluir, en varios de mis cuentos, personajes que son diferentes, diversos y felices.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de junio de 2023 No. 1459

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