En un encuentro reciente organizado por la Universidad de Georgetown y la revista de los jesuitas “La Civilitá Cattolica”, el Papa Francisco ha resaltado –a la manera de san Juan Pablo II en su “Carta a los artistas”—la necesidad que tiene la Iglesia de la literatura, de la poesía, del cine, para mostrar al mundo el camino “revolucionario” de Jesucristo y la belleza de su promesa de salvación.
Me alegra encontraros mientras se celebra el Congreso que reúne poetas, escritores, guionistas y directores de cine de varias partes del mundo en torno al tema de la imaginación poética y de la inspiración católica. Sé que en estos días habéis reflexionado sobre cuáles son las formas a través de las cuales la fe interroga la vida contemporánea, tratando así de responder al hambre de significado. Este “significado” no es reducible a un concepto, no. Es un significado total que toma poesía, símbolo, sentimientos. El verdadero significado no es el del diccionario: ese es el significado de la palabra y la palabra es un instrumento de todo lo que hay dentro de nosotros.
La palabra literaria y la espina en el corazón
He amado a muchos poetas y escritores en mi vida, entre los cuales recuerdo sobre todo a Dante, Dostoievski y otros. También debo dar las gracias a mis estudiantes del Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, con los cuales he compartido mis lecturas cuando era joven y enseñaba literatura. Las palabras de los escritores me han ayudado a entenderme a mí mismo, al mundo, a mi pueblo; pero también a profundizar en el corazón humano, mi vida personal de fe, e incluso mi tarea pastoral, también ahora en este ministerio. Por tanto, la palabra literaria es como una espina en el corazón que mueve a la contemplación y te pone en camino. La poesía es abierta, te arroja al otro lado. A partir de esta experiencia personal, hoy quisiera compartir con vosotros algunas consideraciones sobre la importancia de vuestro servicio.
La primera quisiera expresarla así: sois ojos que miran y sueñan. No solamente mirar, sino también soñar. Los seres humanos anhelamos un mundo nuevo que probablemente no veremos del todo con nuestros propios ojos, y, sin embargo, lo deseamos, lo buscamos, lo soñamos. Un escritor latinoamericano decía que tenemos dos ojos: uno de carne y otro de cristal. Con el de carne miramos lo que vemos, con el de cristal miramos lo que soñamos. ¡Pobres de nosotros si dejamos de soñar, pobres de nosotros!
Mirar y soñar anuncio de un nuevo mundo
El artista es el hombre que con sus ojos mira y sueña a la vez, ve más en profundidad, profetiza, anuncia un mundo diferente de ver y entender las cosas que están bajo nuestros ojos. De hecho, la poesía no habla de la realidad a partir de principios abstractos, sino poniéndose a la escucha de la realidad misma: el trabajo, el amor, la muerte y todas las pequeñas grandes cosas que llenan la vida. Y, en este sentido, nos ayuda a «captar la voz de Dios también de la voz del tiempo» [1]. El vuestro es —por citar a Paul Claudel— un “ojo que escucha”. El arte es un antídoto contra la mentalidad del cálculo y de la uniformidad; es un desafío a nuestra imaginación, a nuestra forma de ver y entender las cosas. Y en este sentido el mismo Evangelio es un desafío artístico, con una carga “revolucionaria” que vosotros estáis llamados a expresar gracias a vuestro genio con una palabra que protesta, llama, grita. Hoy la Iglesia necesita vuestra genialidad, porque necesita protestar, llamar y gritar.
Un pasaje de Los Hermanos Karamazov
Quisiera decir una segunda cosa: vosotros sois también la voz de las inquietudes humanas. Muchas veces las inquietudes están sepultadas en el fondo del corazón. Vosotros sabéis bien que la inspiración artística no es solo confortante, sino también inquietante, porque presenta tanto las realidades hermosas de la vida como las trágicas. El arte es el terreno fértil en el que se expresan las «oposiciones populares» de la realidad [2], las cuales requieren siempre un lenguaje creativo y no rígido, capaz de transmitir mensajes y visiones potentes. Por ejemplo, pensemos cuando Dostoievski en Los hermanos Karamazov habla de un niño, pequeño, hijo de una sierva, que lanza una piedra y golpea la pata de uno de los perros del amo. Entonces el amo azuza a todos los perros contra el niño. Él escapa e intenta salvarse de la furia de la jauría, pero termina por ser despedazado bajo los ojos satisfechos del general y los desesperados de la madre. Esta escena tiene una potencia artística y política tremenda: habla de la realidad de ayer y de hoy, de las guerras, de los conflictos sociales, de nuestros egoísmos personales. Por citar solo un pasaje poético que nos interpela. Y no me refiero solamente a la crítica social que está en ese pasaje. Hablo de las tensiones del alma, de la complejidad de las decisiones, de la contradicción de la existencia.
Dios es una experiencia desbordante
Hay cosas en la vida que, a veces, no logramos ni siquiera comprender o para las cuales no encontramos las palabras adecuadas: este es vuestro terreno fértil, vuestro campo de acción. Y este es también el lugar donde a menudo se experimenta a Dios. Una experiencia que siempre es “desbordante”: tú no puedes tomarla, la sientes y va más allá; es siempre desbordante, la experiencia de Dios, como una pila donde cae continuamente agua y, después de un poco, se llena y el agua desborda, se desborda. Es lo que quisiera pediros hoy también a vosotros: ir más allá de los bordes cerrados y definidos, ser creativos, sin domesticar vuestras inquietudes y las de la humanidad. Tengo miedo de este proceso de domesticación, porque quita la creatividad, quita la poesía. Con la palabra de la poesía, recoged los inquietos deseos que habitan el corazón del hombre, para que no se enfríen y no se apaguen. Esta obra permite al Espíritu actuar, crear armonía dentro de las tensiones y las contradicciones de la vida humana, tener encendido el fuego de las pasiones buenas y contribuir al crecimiento de la belleza en todas sus formas, esa belleza que se expresa precisamente a través de la riqueza de las artes.
No dejen de ser originales
Este es vuestro trabajo de poetas, narradores, directores, artistas: dar vida, dar cuerpo, dar palabra a todo lo que el ser humano vive, siente, sueña, sufre, creando armonía y belleza. Es un trabajo evangélico que nos ayuda a comprender mejor también a Dios, como gran poeta de la humanidad. ¿Os criticarán? Está bien, llevad el peso de la crítica, tratando también de aprender de la crítica. Pero no dejéis de ser originales, creativos. No perdáis el estupor de estar vivos.
Por tanto, ojos que sueñan, voz de las inquietudes humanas; y por eso vosotros tenéis una gran responsabilidad. ¿Y cuál es? Es lo tercero que quisiera deciros: estáis entre esos que plasman nuestra imaginación. Esto es importante. Vuestro trabajo, de hecho, tiene una consecuencia sobre la imaginación espiritual de las personas de nuestro tiempo, especialmente en relación con la figura de Cristo. En este tiempo nuestro —como ya hemos dicho— « necesitamos la genialidad de un lenguaje nuevo, de historias e imágenes poderosas, de escritores, poetas, artistas capaces de gritar al mundo el mensaje del Evangelio, de hacernos ver a Jesús» [3].
El Señor nos sorprende siempre
Vuestra obra nos ayuda a ver a Jesús, a sanar nuestra imaginación de todo lo que oscurece su rostro o, aún peor, de todo lo que quiere domesticarlo. Domesticar el rostro de Cristo, casi para intentar definirlo y cerrarlo en nuestros esquemas, significa destruir su imagen. El Señor nos sorprende siempre, Cristo es siempre más grande, es siempre un misterio que de alguna manera se nos escapa. Cuesta ponerlo dentro de un marco y colgarlo en la pared. Él siempre nos sorprende, y cuando nosotros no sentimos que el Señor nos sorprende, algo no funciona: nuestro corazón está acabado y cerrado.
Ayuda para comprendernos
Este es el desafío para la imaginación católica de nuestro tiempo, el desafío que se os entrega a vosotros: no “explicar” el misterio de Cristo, que en realidad es inagotable; sino hacer que lo toquemos, hacer que lo sintamos inmediatamente cerca, entregárnoslo como realidad vida, y hacernos captar la belleza de su promesa. Porque su promesa ayuda a nuestra imaginación: ¡nos ayuda a imaginar de forma nueva nuestra vida, nuestra historia y el futuro de la humanidad! Y aquí vuelvo a otra obra maestra de Dostoievski, pequeña pero que tiene dentro de todas estas cosas: las “Memorias del subsuelo”. Ahí dentro está toda la grandeza de la humanidad y todos los dolores de la humanidad, todas las miserias, juntos. Este es el camino.
Queridos amigos, gracias por vuestro servicio. Seguid soñando, inquietándoos, imaginando palabras y visiones que nos ayuden a leer el misterio de la vida humana y orienten nuestras sociedades hacia la belleza y la fraternidad universal. Ayudadnos a abrir nuestra imaginación para que esta supere los estrechos confines del yo y se abra al santo misterio de Dios. ¡Id adelante, sin cansaros, con creatividad y valentía! Os bendigo y rezo por vosotros; y también vosotros, por favor, rezad por mí. Gracias.
[1] K. Rahner, La libertad de palabra en la Iglesia. Las propuestas del cristianismo, Turín, Borla, 1964, 37.
[2] Cfr. R. Guardini, La oposición polar. Ensayo para una filosofía del concreto viviente, Brescia, Morcelliana, 1977.
[3] «Prólogo», en A. Spadaro, Una trama divina. Gesù in controcampo, Venecia, Marsilio, 2023, p. 10.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de junio de 2023 No. 1459