Por Raúl Espinoza Aguilera
El pasado 15 de mayo se celebró el Día Internacional de la Familia. Con ese motivo el Papa Francisco declaró: “La familia es el principal antídoto contra el problema del invierno demográfico”. También instó a promover políticas públicas que sean favorables a la familia y que protejan la vida humana.
Esta nota informativa viene acompañada de una simpática fotografía en la que el Santo Padre, aparece muy sonriente en su “papamóvil”, en el momento en que le entregan a un bebé para que lo bendiga dentro de la Plaza de San Pedro.
Me hizo recordar mucho a San Juan Pablo II que gustaba de recibir en sus brazos a bebés y darles un beso en la frente. En cierta ocasión declaró a los medios de comunicación: “¿Saben por qué amo tanto a esos pequeños? Porque acaban de recibir el beso de Dios y les ha infundido el alma”, que como sabemos es inmortal.
Hacia 1970, recuerdo haber leído el libro del sociólogo y demógrafo francés, Alfred Sauvy, titulado Crecimiento cero, en el que propuso impulsar la natalidad en los países de Europa, de lo contrario, decía: “Vendrá un colapso y no habrá brazos suficientes que releven para el buen desarrollo económico”. En ese entonces me parecía una fecha muy lejana porque hablaba de que “el crecimiento cero” ocurriría a partir de la década de los años 20 en adelante del Siglo XXI.
Pero en un abrir y cerrar de ojos ese tiempo llegó y se han cumplido con exactitud sus profecías. Fue el primero en predecir un “invierno demográfico” para el Viejo Continente y del que ahora nos habla el Papa Francisco. Por ello, varios pensadores han afirmado que “en la familia nos jugamos el futuro de la humanidad”. Pero parecería que algunos jóvenes de hoy no creen que la fidelidad conyugal sea posible. Piensan que son ideas de siglos pasados. Por ello, hoy más que nunca hay que proclamar que ser fieles hasta la muerte no es una utopía sino una palpitante realidad que tiene sus abundantes frutos.
Los que pertenecemos a una familia numerosa, hemos disfrutado que se multipliquen los primos hermanos. En mi caso somos siete hermanos y once tíos del lado materno y doce del lado paterno. Los primos que tengo son muchos y cuando hay un festejo familiar es bonito ver cómo se llena de algarabía la casa de los abuelos. Entre tantos tíos, tías, hay risas, bromas y, en la huerta, gritos y juegos infantiles. Pasar un día entero con ellos es reconfortante y aumenta la alegría y la unidad familiar. Son ratos inolvidables que se valoran, cada vez más, con el paso de los años.
Y es que cuando en el hogar se respira y se vive un ambiente de finura en el cariño y permanencia en el amor, los hijos lo captan y les parece lo más natural que ese vínculo conyugal sea duradero de por vida. El amor, el cariño, el afecto entre los esposos constituye una especie de música de fondo en la que la existencia de los hijos se va desarrollando de manera armónica, con alegría y optimismo. Si hay paz y serenidad en el hogar, sin duda alguna, se refleja de la misma forma en el carácter y la personalidad de los hijos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de junio de 2023 No. 1456