La Orden de las Capuchinas prepara un libro con la historia del Monasterio de la Inmaculada Concepción al cual el Señor las llamó. Destacan aspectos como el trabajo realizado para lograr su construcción, las exclaustraciones, que fueron momentos en los que la vida religiosa pudo verse en decadencia, y la restauración del mismo.
Redacción
El Monasterio de la Inmaculada Concepción en Salvatierra, Guanajuato, tiene una historia de lucha y resistencia que comenzó con el deseo de una religiosa y la posterior tenacidad de un hombre que, hasta el último momento de su vida, expresó su deseo de continuar con la construcción del inmueble para que pronto fuera habitado por las esposas de Jesucristo.
La lucha de un hombre
A mediados del Siglo XVIII un acaudalado español nombrado José Ignacio de Polanco llegó al bajío con el propósito de fundar un mayorazgo en la jurisdicción de la ciudad de Salvatierra. Vivió en la ciudad de Querétaro con su hija Petra Polanco, único miembro de su familia, quien ingresó al convento de capuchinas (Querétaro) recibiendo el nombre de religión de Sor María Inés. Fue su intención que se fundara un monasterio en Salvatierra por haber sido el lugar donde falleció su padre tiempo después.
Más tarde, Don Santiago Ginés de la Parada, conde y capitán de infantería, francés de nación pero español en la ascendencia del principado de Cataluña, logró amistad por los años 1766 con las religiosas Capuchinas de Querétaro, del Monasterio de San José de Gracia, y particularmente con una de ellas, con Sor María Inés, Vicaria en ese entonces, quien alentó al conde a tan santos deseos para llevar a cabo la fundación. Dicha religiosa escribió cartas al Excelentísimo Ilustrísimo Señor Obispo de Michoacán Don Pedro Anselmo Sánchez de Tagle (1758-1772), el 8 de julio de 1766, donde solicitó licencia para la fundación a fin de que la religión se extendiera y propagara.
El 1 de octubre de 1766 se obtuvo la licencia del señor obispo de Michoacán y de la Santa Sede Apostólica para la fundación, y el 11 de octubre de 1767 se extendió la cédula de la fundación por parte del Rey Católico Monarca Carlos III.
Don Santiago Ginés de Parada fue el encargado de realizar los trámites necesarios ante las autoridades correspondientes para la compra del terreno y los permisos para construirlo. También fue quien, sin dudar, donó todo su capital y tiempo para reunir el material necesario. Al acabar todos sus bienes en la construcción de esta obra, pidió permiso para ir de tierra en tierra por todo México, pidiendo limosna para poder continuar.
Dieciséis años llevaba ya de trabajo la obra, cuando le llega una grave enfermedad. Al no tener ya nada que testar, deja por testamento sus últimas expresiones y deseos: “Ya a mí no se me concedió ver verificada la construcción. Procuren buscar un bienhechor para que concluya la construcción de la iglesia y convento, para que ni se deteriore lo que ya está hecho, y pronto vengan las esposas de Jesucristo a morar y en este convento le den la Gloria que deseo: desde el principio de esta obra pensé que esta iglesia y convento se dedique a la gran Madre de Dios María Santísima en su Inmaculada Concepción”.
En esta ardua tarea, el cielo lo recogió el día 25 de mayo de 1782 a la edad de 64 años, habiendo gastado 45 mil pesos de su propio caudal y 35 mil que colectó en distintos lugares de México.
Pese a todas las vicisitudes y 36 años de construcción, el 13 de junio de 1798 se consuma la fundación del convento de capuchinas en la ciudad de Salvatierra.
Las exclaustraciones
Después de 65 años de paz y tranquilidad en su vida claustral, se vieron afrentadas a varias exclaustraciones. La primera, el 15 de marzo de 1863. Ya aprobadas las Leyes de Reforma, esta fue ejecutada por el jefe del destacamento militar, Miguel Echegaray, un domingo de marzo por la noche, sin dejarles llevar nada más que lo que traían puesto.
Un año después se les permitió ocupar el convento y dos años más tarde volvieron a salir sufriendo un destierro de 15 años en Celaya y Acámbaro. A principios de 1887 se les devolvió el coro bajo que servía de capilla y una pequeña parte por el lado de la sacristía que ocuparon hasta el 30 de octubre de ese mismo año, porque volvieron a ser desalojadas por el jefe político de la ciudad, Don Manuel A. Romo.
A finales de 1890 el presbítero Cayetano Núñez, trabajador incansable, llegó como capellán de capuchinas, acondicionó un lugar y logró que las autoridades permitieran a las religiosas hacer vida comunitaria en este sitio.
En 1914 nuevamente las religiosas fueron exclaustradas de su pequeña estancia teniendo que ausentarse de la ciudad y no volver hasta que llegó a su término el conflicto religioso en el año 1929 (La Guerra Cristera).
En los primeros años de la década de los años 30, llegó a Salvatierra como jefe de la oficina de hacienda y a la vez agente del ministerio público federal, el señor Alfonso Trillo, quien volvió a expulsar a las capuchinas de su casita.
Restauración
A pesar de todo, seguían conservando la semilla de volver a restaurar el convento de Salvatierra. El lugar seguía conservando los medios necesarios y era demasiado grande. Por estos motivos querían regresar.
Pasaron 17 años enviando cartas al padre Farfán (encargado del convento cuando fue regresado por el gobierno) para que se les permitiera regresar, hasta que finalmente se les dio el permiso por parte de la Santa Sede para restaurar esa nueva fraternidad.
“Y así” el 28 de enero de 1966 recibieron el convento por manos del padre Farfán, las hermanas Ma. Coleta y Ma. Dolorosa. Ya podían disponer de él e irse cuando ellas quisieran
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de mayo de 2023 No. 1455