Por P. Fernando Pascual
Muchos maestros y profesores, desde la educación básica hasta los estudios de universidad y de postgrado, conocen lo difícil que es poner notas.
Las leyes obligan a dar una puntuación, con números o con letras, con comentarios o simplemente con algoritmos.
Esa puntuación busca reflejar el trabajo de cada alumno. Lo cual, aquí empiezan las dificultades, no resulta nada fácil.
Porque hay alumnos muy inteligentes pero perezosos y, en ocasiones, indisciplinados. ¿Qué nota merecen?
Otros alumnos luchan y trabajan por asimilar la materia, pero tienen pocos resultados por motivos diversos. ¿Qué nota darles?
No faltan dificultades para dar la nota a un buen estudiante que está a la espera de conseguir una beca. ¿La nota ha de ser justa, objetiva, según la realidad, o se puede “subir” un poco para ayudar a conseguir la deseada beca?
Las notas son instrumentos, muchas veces criticados, pero difícilmente sustituibles, para tener una idea de lo que ha logrado un alumno en un periodo de tiempo.
Los logros “medibles” pueden ser conocimientos, destrezas, habilidades, incluso disposiciones que abren horizontes a un buen rendimiento futuro o que señalan serias deficiencias para las siguientes etapas.
Sin embargo, medir esos logros está lleno de dificultades. El riesgo de no ser justo, de no haber captado lo que el estudiante sabe, lleva en no pocas ocasiones a esas notas que no corresponden a la realidad, por exceso (notas muy generosas) o por defecto (notas por debajo de lo merecido).
Ante tantos problemas, miles de profesores experimentan presiones internas, sobre todo cuando la conciencia invita a la justicia. Como también presiones externas: de los mismos estudiantes, de sus familias, de la sociedad, de la comunidad académica.
Ha llegado la hoja o el enlace para poner las notas de este semestre. Un profesor tiene delante de sí la lista de alumnos, piensa en el camino de esas semanas, y se prepara a dar su juicio sobre cada uno de esos alumnos.
Lo hace con sentido de responsabilidad, lo hace con alegría (hay logros que dan ánimos) y con tristeza (hay fracasos que invitan a reflexionar). Lo hace, sobre todo, con el deseo de que cada nota sea justa y permita al alumno y a la sociedad darse cuenta de la importancia de un estudio bien llevado, para el provecho de cada uno y de los diferentes niveles profesionales en los que los estudiantes de hoy podrán desarrollar mañana sus conocimientos y habilidades.
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