Las historias de vida recopiladas a lo largo de este reportaje demuestran una fuerte falla por parte del Estado mexicano en su manejo del proceso migratorio.

Por Rodolfo Azomoza Pastor

María es una mujer proveniente de Roatán, una pequeña isla ubicada al norte de Honduras. Ella se vio en la necesidad de salir de su país debido al asesinato de su hijo. Cuenta que vivir en Roatán era un sueño: el clima tropical que cada día la levantaba con energía, el brillo del sol reflejado en las hojas de las palmas, el cuidado comunal que compartían las personas que viven en la isla… pero es un sueño que ya no puede continuar. El asesinato de su hijo vino acompañado de una amenaza por parte de las pandillas de la isla: “Si te quedas aquí, te vamos a quitar a tu otro hijo”.

Como madre, supo que no existía ninguna otra decisión, así que tomó a su familia y puso toda su casa en una maleta. Sin mirar atrás, María partió hacia el norte, llegando a México por el estado de Chiapas. Al contar con la capacidad económica para moverse, María y su familia se desplazaron en autobuses hasta llegar al centro del país. Sin embargo, ahí se vieron en la necesidad de cambiar de medio de transporte, por lo cual en el estado de Hidalgo decidieron, como familia, montarse en La Bestia. María y su esposo tomaron la decisión de dejar a su hijo más pequeño con los padres de su esposo.

“Esto es lo más difícil que he hecho”, comenta María respecto a tomar la decisión de emigrar, y agradece a Dios cada día por cuidarla en su viaje. María no esperaba la dimensión territorial que México tiene y comenta que sin duda ha sido el país que más le ha costado cruzar.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de julio de 2023 No. 1461

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