Por P. Prisciliano Hernández Chávez,CORC.
Se promueven las tolerancias, aunque a veces se vive la intolerancia. El juicio descalificador está a flor de labios sobre todo por las opciones políticas que se terminan de identificar con sus actores: hablan de la verdad y encarnan la mentira; predican la prioridad para los pobres y sus políticas los aumentan en millones; pretenden las grandes obras para engrandecer el ego, a costa del olvido de necesidades urgentes.
Es necesaria la paciencia; Dios actúa en la sencillez y en el silencio, como el desarrollo de la semilla de la mostaza, tan pequeña como la cabeza de un alfiler.
Dios no está en lo espectacular; su acción es similar al comportamiento de la levadura introducida en la masa por manos maternales. Transforma desde dentro, oculto y silencioso. Los que somos bautizados y, por tanto la Iglesia, hemos de dejarnos transformar por el Espíritu de Jesús, para ser fermento en el mundo.
Nuestro mundo es un campo de siembras opuestas: Jesús esparce su semilla y él mismo es la semilla, entre extraordinarias y humildes generosidades y los egoísmos mezquinos.
La vida no puede transcurrir con esa pérdida irremediable de la condena de grupos o de modos de pensar. Nos toca vivir entre creyentes fervorosos y ateos cínicos, o cristianos tibios e increyentes indiferentes.
A Dios le toca actuar a su modo, en el misterio de cada persona, y en su momento, el final, hará la separación que será inexorable.
Son peligrosos los que dicen creer y son arrogantes y fanáticos. Ante Dios se camina en paciencia y humildad. Vale la pena recordar lo que nos dice el Señor en el texto de Isaías (65, 1-2): “Les respondí a los que no me preguntaban y salí al encuentro de los que no me buscaban. Yo dije: ‘¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!’, a una nación que no invocaba mi nombre. Todo el día extendía mis manos hacia un pueblo rebelde que va por un mal camino, detrás de sus propios proyectos.”
Vale la pena que releamos en actitud orante y contemplativa el pasaje de las parábolas de Jesús sobre el trigo y la cizaña, sobre el grano de mostaza y la levadura en la masa. (Mt 13, 24-43). Nos pueden ayudar al discernimiento, a la paciencia y al trabajo constante y humilde; encontraremos el consuelo, es decir, ‘cum y solus’, Dios nos acompaña si nos sentimos solos.