El domingo 24 de julio los peregrinos de la Diócesis de Querétaro se adentraron con fervor en los sagrados terrenos de la Basílica de Guadalupe. Pese a los obstáculos y vicisitudes que les llevaron a posponer su anhelada peregrinación a pie hacia el Tepeyac, debido a la inesperada emergencia sanitaria, encontraron refugio en el manto de la Virgen Morena. Unidos en su propósito, estas almas valientes demostraron que, incluso en tiempos difíciles, la esperanza nunca se desvanece cuando se mira hacia lo alto, hacia María, quien siempre protege y guía el camino hacia un futuro lleno de bendiciones.
No hay que dejar de lado que muchos de estos devotos peregrinos se vieron imposibilitados de continuar su travesía terrenal hacia la casita sagrada, pues la vida les demandó otro destino. Sin embargo, sus seres queridos decidieron emprender el camino en su lugar, llevando consigo fotografías y hasta las urnas con sus cenizas. Recordemos que en los momentos más difíciles de la emergencia sanitaria, algunos partieron solos, en silencio, en una camilla de hospital. Pero la certeza permanece: esa mirada materna nunca los abandonó, acompañándolos hasta el último suspiro, pues habían vivido durante años la experiencia sagrada de la peregrinación en sus diversas manifestaciones, ya fuese en la peregrinación femenina, masculina o ciclistas.
Con el aliento proveniente de las palabras del obispo, quien con una mirada llena de recuerdos abraza el camino recorrido, se constata que esta es la Iglesia que Dios desea: una Iglesia sinodal, donde el caminar se realiza en comunión y unidad.
Por Juan Diego Camarillo
Imagen: Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe