EDITORIAL
Entendernos la libertad como el hacer lo que queramos hacer, a la hora que lo queremos y como nos da la gana hacerlo. Nada más alejado. Las monjas y los monjes de clausura –como los que retrata el documental Libres—han encontrado, son sus palabras, la libertad verdadera en el silencio, en la relación con los hermanos y desde luego en el amor a Dios.
Libres lleva un buen número de semanas en la cartelera en España. Para nosotros, en México, representa un remanso entre tanto dolor acumulado por la violencia que se cobra al día un mínimo de noventa personas víctimas de asesinatos dolosos. También un punto de reflexión sobre la contaminación auditiva que producen tantas batallas políticas adelantadas.
Qué manera de entender la vida la de aquél que se retira “del mundanal ruido” y se dedica a lo esencial. Su oración no es producto del egoísmo, sino de la entrega absoluta por el bien del alma de los hombres, sus hermanos. Es ahí, en el “gran silencio” donde la humanidad repara su desgastado engranaje, y vuelve a mover las fibras íntimas de su corazón.
Envueltos en la tecnología hemos olvidado las relaciones cálidas, las que se emprenden cara a cara. Tenemos miedo a la soledad. Tenemos miedo al silencio. Al celular lo traemos en la mano como defensa y como burbuja. Defensa ante las relaciones reales. Burbuja que nos da la sensación de libertad cuando somos más esclavos que nunca. Jean Guitton señaló que en nuestra época hay un “silencio de lo esencial”. Y es verdad, porque lo esencial es el silencio.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de julio de 2023 No. 1463