Por Jaime Septién
Hay muchos ejemplos exitosos de ciudades en el mundo que deberían ser escuela para que los espacios en los que vivimos no terminen echándonos fuera. La combinación que hay detrás de estos esfuerzos que han logrado levantar el ánimo de sus habitantes no es nueva, viene de la Grecia clásica y, concretamente, del siglo V antes de Cristo, el famoso –con toda justicia—“siglo de Pericles”.
¿Qué hizo este gobernante además de instaurar la democracia en esa ciudad-Estado que lo fue Atenas? Ampliar la base de aquellos que tuvieran en sus manos las decisiones por el bien común; incorporar a nuevos grupos sociales (no nada más los que tuvieran dinero) en los consejos ciudadanos y, algo muy importante, impulsar el pensamiento, la cultura y el embellecimiento del entorno citadino.
Fue entonces cuando se construyó, por ejemplo, la Acrópolis con el Partenón como esencia de la religiosidad ateniense. Pero, también, cuando se propició que el pueblo fuera al teatro, no obstante las tragedias de Esquilo y las comedias de Aristófanes pudieran ser consideradas como “críticas” a los personajes políticos. También en Atenas del siglo V surgió la poderosa mentalidad de Sócrates, que es, sin lugar a duda, el creador de la filosofía occidental.
Participación ciudadana, embellecimiento de la ciudad, aceptación de la crítica, promoción del pensamiento y del arte son los pilares de toda ciudad que piense en el bienestar y en el bien-ser de sus habitantes. Todo lo contrario al imperio del capital y del cálculo político que ha hecho que en muchas ciudades del mundo, sus habitantes no vean la hora de abandonarlas.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de julio de 2023 No. 1465