Por P. Fernando Pascual
A lo largo de la historia de la Iglesia, han aparecido falsos profetas que, con sus gestos y palabras, creaban confusión, y apartaban a muchos de la verdadera fe católica.
También en nuestros días hay falsos profetas que no enseñan la sana doctrina, sino teorías erróneas, muchas veces por influjo de filosofías e ideas equivocadas.
Una lista de algunos de esos falsos profetas está recogida en un libro titulado El caballo de Troya en la ciudad de Dios. Fue escrito por Dietrich von Hildebrand (1889-1977) y publicado el año 1967, inmediatamente después del Concilio Vaticano II.
El libro analiza una larga serie de errores y desviaciones, que van desde la filosofía y la teología hasta el arte y la liturgia, y que se produjeron en la Iglesia católica a causa de los que son llamados, en el epílogo del libro, “falsos profetas”.
Von Hildebrand enumera, en concreto, una serie de características que serían propias de esos falsos profetas. Inicia con este párrafo fundamental:
“Todo el que niega el pecado original y la necesidad que la humanidad tiene de redención, está socavando con ello el sentido de la muerte en la cruz y es un falso profeta. Todo el que no ve ya que la redención del mundo por Cristo es la fuente de la verdadera felicidad y que no hay nada en el mundo que pueda compararse con este solo hecho glorioso, ha dejado de ser un verdadero cristiano”.
Inmediatamente después, señala que sería falso profeta quien “no acepte ya la primacía absoluta del primer mandamiento de Cristo, amar a Dios por encima de todas las cosas, y que pretenda que nuestro amor de Dios se manifiesta exclusivamente en el amor del prójimo”. Igualmente es falso profeta quien “no vea ya la diferencia radical que existe entre la caridad y la benevolencia humanitaria”.
Del error en el tema de la caridad se pasa a recordar el error en el tema de la vida espiritual, pues algunos negaban la importancia de la unión y la transformación en Cristo como ideal de la vida cristiana.
Respecto de las enseñanzas morales, nuestro Autor era claro: “El que pretenda que toda la moralidad se manifiesta, no primariamente en la relación del hombre con Dios, sino en las cosas que se refieren al bienestar humano, ése es un falso profeta”. Como también sería falso profeta quien no reconozca que todo daño cometido contra otros implicaría al mismo tiempo una ofensa contra Dios.
Otro punto importante para identificar al falso profeta consiste en dejarse impresionar “más por los procesos cósmicos y por la evolución y por la especulación de la ciencia que por el reflejo de la Sagrada Humanidad de Cristo en un santo, por la victoria sobre el mundo que se halla encarnada en la existencia misma de un santo”; porque entonces “ese tal no está henchido ya de espíritu cristiano”.
Igualmente, quien “se preocupa más del bienestar terreno de la humanidad que de la santificación ha perdido la concepción cristiana del mundo y de la vida”.
Ante estos y otros falsos profetas, necesitamos estar alertas, en actitud de vigilancia, como nos enseñó el mismo Cristo. De este modo, evitaremos caer en las redes de los falsos profetas, y mantendremos encendida la lámpara de la fe, en unión con el Papa y los obispos que enseñan y defienden la doctrina del Maestro a lo largo de los siglos.
(Los textos aquí reproducidos se encuentran en el epílogo de la obra de Dietrich von Hildebrand, El Caballo de Troya en la Ciudad de Dios, traducción española por Constantino Ruiz-Garrido, Ediciones Fax, Madrid 1969).
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