Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa
En los benditos días de nuestras abuelas, cuando los niños salían a la calle sin permiso o se demoraban en los mandados, los mayores amedrentaban a los menores con la amenaza de que se los llevaría el robachicos. El robachicos de ayer era ciencia ficción y estrategia educativa. El de hoy es un robachicos de verdad que espía a los niños en la sala de cunas del hospital, a la salida de la escuela, en el parque donde la chiquillería juega despreocupada y feliz. Cualquier lugar es apto para el ladrón, como que el niño es presa indefensa y fácil, solo puede resistir con un débil forcejeo o unos hilos de lágrimas.
El robachicos de hoy puede ser una mujer disfrazada de enfermera, un señor sonriente que ofrece caramelos, un solitario sorpresivo o quizá una organización delictiva. ¿Para qué roban a los niños? Cinco pueden ser los motivos. Que se reducen a uno: los niños son valiosa mercancía.
El primero, para adoptarlo, para venderlo a matrimonio sin hijos; luego vendrá la falsificación del acta de nacimiento, mientras a miles de kilómetros, los verdaderos padres esperan el regreso del hijo que jamás volverá. El segundo motivo, para venta de órganos; del niño se extrae, por ejemplo, un riñón; la operación económica suele ser más exitosa que la quirúrgica.
El tercer motivo, se roban niños para violarlos, para tener a la mano un instrumento manejable al gusto del maniático. El Cristo perdonador fulminó un relámpago de condenación contra los violadores de la inocencia: Ay de aquel que escandalizara a un niño, más le valiera que le colgaran una piedra de molino para que pesara más y lo arrojaran al mar y así se ahogaba cuanto antes.
El cuarto, para usar a los niños en el comercio de una pornografía asquerosa y rentable, donde los niños aparecen en vivo en actitudes sexuales que se exhiben en algunos teatros, o graban estas escenas en videos apetecibles por mentes estragadas. El quinto motivo, para transportar y aun vender droga, azuzados por narcos que emplean a los niños en quienes nadie sospecha de su trabajo inmoral. Los robachicos de hoy, explotadores de la última reserva de pureza y dulzura que le va quedando al mundo.
Padre de familia, te roban el auto, el reloj, el anillo, y un día se reponen. Pero si te roban el hijo… Nunca como hoy los papás deben cuidar, vigilar, acompañar a los niños que son su mayor tesoro.
Artículo publicado en El Sol de México, 26 de septiembre de 1996.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de agosto de 2023 No. 1467