Por P. Fernando Pascual
Existe una guerra que se produce en el mundo de la información y que genera ríos de papel: noticias y contranoticias, desinformaciones y contradesinformaciones se suceden con una velocidad sorprendente.
En esa guerra, una de las batallas fundamentales gira en torno a establecer quiénes pueden juzgar si una noticia sea o no sea verdadera.
Porque quien logra el puesto de “juez informativo” tendrá en sus manos un instrumento poderoso para declarar qué sea falso y qué sea verdadero, incluso para decretar qué se puede publicar y qué será perseguido y prohibido.
Aquí nace un enorme peligro: el que algunos grupos de poder busquen controlar la información con la bandera de que luchan contra la desinformación.
Esos grupos de poder pueden venir de ámbitos diferentes: de los partidos políticos, del mundo financiero o empresarial, de los sindicatos, incluso de lobbies ideológicas más o menos organizadas.
Una vez que reciben autorización y medios para “luchar contra la desinformación”, esos grupos pueden convertirse en un enorme instrumento de censura y de manipulaciones, al dejar que se divulgue lo que les interesa y al bloquear lo que vaya contra sus intereses.
Parece muy difícil encontrar modos concretos para evitar este peligro. En parte, porque nunca resulta fácil responder a la vieja pregunta: ¿quién vigila a los vigilantes?
En parte, porque establecer sistemas de control sobre los que controlan informaciones puede ser, al final, otro modo de censura más complejo y más disimulado que el anterior.
Por eso, hace falta ir a las raíces de la mentira, la manipulación, la censura y la descalificación arbitraria del “adversario”: la falta de honradez y la búsqueda del control sobre los demás.
Establecer sistemas de control no arregla nada si falta honestidad, si las ambiciones dominan mentes y voluntades, sobre todo de quienes tienen cualquier tipo de responsabilidad pública.
En cambio, los sistemas de control pueden tener sentido solo cuando antes se ha promovido un auténtico sentido de honradez en las personas y los grupos, que evitará de por sí muchas desinformaciones, y que ayudará a quienes las combaten a ser realmente íntegros al declarar qué sea falso y qué tenga elementos de verdad que merecen ser escuchados en sociedades sanamente abiertas.