Por P. Fernando Pascual

El portavoz de uno de los grupos de la oposición toma la palabra y acusa:

“Quiero denunciar públicamente la pésima gestión de las escuelas en muchos barrios de nuestras ciudades. No hay cuidado en las estructuras, abundan las goteras, hay escuelas de primaria sin calefacción, en algunas la comida es pésima”.

El portavoz del gobierno toma la palabra y responde:

“Parece mentira que la oposición desprecie a los millones de ciudadanos que eligieron a este gobierno y que saben los enormes esfuerzos que está realizando para mejorar infraestructuras eléctricas, autopistas, hospitales, y tantas y tantas escuelas y universidades de nuestro país”.

Abundan en algunos lugares este tipo de debates, en los que normalmente los partidos en el poder no suelen afrontar las críticas que reciben de los partidos de la oposición.

Existe, sin embargo, otro modo en el que el portavoz del gobierno podría responder ante la denuncia que hemos puesto como ejemplo. En ese segundo modo la respuesta sería parecida a la siguiente:

“El gobierno toma nota de lo que Uds. acaban de denunciar. Les pide que, en bien de los niños, nos digan con detalle qué escuelas necesitan inversiones urgentes para que puedan ser atendidas lo más pronto posible”.

Ese segundo modo de responder toma en serio lo señalado por los opositores y muestra, al menos de palabra, interés por ayudar a las escuelas con problemas.

Por desgracia, en la vida de algunos parlamentos parece que se produce una especie de diálogo de sordos, donde lo que unos dicen no recibe prácticamente ninguna atención por parte de los otros, que “responden sin responder”, que simplemente descalifican o lanzan cortinas de humo sin afrontar los temas que aparecen en el debate público.

Es cierto que algunas denuncias surgen desde motivos ideológicos, como parte de una estrategia en la que no existe un real interés por el tema tratado, pues lo único que se busca es descalificar al gobierno.

Pero incluso en esos casos, tanto el gobierno como la oposición deberían tomarse en serio lo que ocurre en la sociedad para emprender resoluciones concretas con las que afrontar las necesidades más urgentes.

¿Es posible ese cambio de paradigma en los debates políticos? ¿Podemos imaginar un auténtico interés, de unos y de otros, por mejorar la justicia, por defender a los más débiles, por afrontar las emergencias que afectan a miles de personas?

Sí, realmente es posible. Basta con que haya muchos (ojalá todos) políticos, en los cargos de gobierno, en los parlamentos, y en cualquier otra institución pública, que no piensen en favorecer a sus propios partidos y en desprestigiar a los otros, sino que se comprometan realmente por el único fin de la verdadera política: la búsqueda del bien común y de la justicia para todos.

 


 

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