Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa
La noche de los pueblos soledosos, de las rancherías con tapias oscuras y pozos cegados, suele poblarse todavía con pláticas de aparecidos, los ruidos misteriosos, los aullidos de los perros, la sombra que cruzó por la cocina, el muerto que viene a pagar una manda, las ánimas que visitan a sus deudos el 2 de noviembre, el otro muerto que anda penando, y el otro que avisa dónde está “la relación”, entrando por la puerta del corral a mano izquierda, ahí donde arde por la noche. Son los muertos que hacen ruido. Los demás son polvo silencioso.
Y en fila con estos, nos topamos frecuentemente con unos vivos que de tan muertos, son vivos que no hacen ruido. Es la gente que vive a trozos, que vive en ratos, que pasa largos períodos de vida muerta. Es verdad que por lo menos una tercera parte de nuestra existencia nos la pasamos dormidos y que el sueño es un poco vivir como muertos, perdidos en el pozo cegado del sueño, con lo que nuestra vida consciente se reduce. Quite usted, además, la etapa comprendida entre el nacimiento y los cinco años, en que uno se la pasa en el limbo de la cuna y del biberón. Reste, después, las largas horas de tocador, o frente a la pantalla casera, o en la dulce siesta, o en el frecuentísimo matar el tiempo -este asesinato impune-, y a la postre, sumamos años de menos, trozos que usted ha quitado a su vida.
Y para colmo, el resto que nos queda lo viven, lo vivimos muchos tan a medias, tan a cuentagotas, que la muerte nos llega antes de la muerte. No es que uno se ponga fúnebre, sino vitalista, con deseos de que todos viviésemos a tope la única y breve vida que tenemos.
Muchos individuos hay sin ganas de vivir, sin un programa definido para su vida, sin ideales de ser alguien y hacer algo con los pocos años de este paso por la tierra, que es como el paso de la nube y de la ola. Y se mueren antes de morir, o viven muertos una buena parte de su vida.
Estos son los verdaderos muertos que no hacen ruido. No hacen ruido ni con sus manos inactivas, ni con su voz enmudecida, ni con su mente en blanco, ni con el corazón que debiera estar latiendo fuerte. De manera que cuando la muerte llega -la Muerte Catrina, la Muerte Siriquisiaca, la Muerte Democrática que iguala a todos-, ya no tiene nada que hacer, porque le han dado un trabajo hecho.
El novelista griego Nikos Kazantzakis que se fue, como Borges, sin el premio Nobel -para deshonra del Nobel-, escribe en El jardín de las rocas, la primera de sus grandes novelas: “Junto con el nacimiento comienza la muerte, al mismo tiempo se da la partida y el retorno. En cada instante morimos. Por ello muchos predican: El fin de la vida es la muerte. Pero, del mismo modo, junto con el nacimiento comienza el esfuerzo por crear, por transformar la materia en vida. En cada instante nacemos”.
Publicado en El Sol de México, 1 de noviembre de 1990; El Sol de San Luis, 3 de noviembre de 1990.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de octubre de 2023 No. 1476