Por Raúl Espinoza Aguilera

En estas semanas un tema frecuente de conversación es: “Ya estamos en noviembre, ¡ya se nos fue el año!” Algunos lo dicen con cierto tono de tristeza, otros de nostalgia.

Afortunadamente las personas de todas las épocas se han planteado el sentido del devenir. Me gusta la conclusión de San Pablo de Tarso que exclamaba: “¡El tiempo es muy breve!” Y nos animaba a saber aprovecharlo bien porque nunca sabemos cuándo será el último minuto y que siempre podemos rendir más nuestras cualidades.

Por ello, no hay que mirar la muerte como un final desastroso porque el Señor nos quiere gozosos, alegres, serenos y contemplar nuestra condición de caminantes como un paso más que nos acerca a nuestra Patria Definitiva del Cielo. Son inolvidables aquéllas últimas palabras del Papa Juan Pablo II (ahora santo), que al final de su agonía, suplicó a los presentes: “¡Déjenme ir a la Casa de mi Padre-Dios!”

Mucho me impresionaron estas palabras porque manifestaba su enorme confianza en el Amor de su vida: Dios. Aquél era un momento largamente esperado: Contemplar la faz de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo (la Santísima Trinidad). Pero hay que añadir que cumplió heroicamente su misión de pastor universal.

Pocos años antes de irse al cielo, quiso venir a México a canonizar a Juan Diego en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Se le observaba ya mal de su enfermedad del Parkinson, pero continuó adelante con su ministerio petrino. Algunos le pedían que renunciara a ser romano pontífice, pero él con gran energía y valentía les respondía que no bajaría de la cruz que Jesucristo le había enviado.

El bien y cómo lograrlo

También San Pablo de Tarso nos dice que el tiempo es corto para amar más a Dios y a nuestros semejantes. ¿Y cómo lograr esto? Cumplir nuestros deberes, en primer lugar, para con el Señor; esmerarnos en ofrecerle nuestro trabajo o quehacer profesional lo mejor que podamos hasta los últimos detalles; cuidar en mejorar los gestos de cariño para con la esposa, los hijos o los nietos; a nuestros familiares y amistades conducirlos por el camino del bien, naturalmente respetando su libertad; cumplir con nuestros deberes para con el bien común de nuestra comunidad.

Otro capítulo es lo que el Papa Francisco tanto nos ha recomendado: ocuparnos de los más necesitados a través de las obras de misericordia tanto corporales como espirituales. Alguno me podría decir que está con muchísimo trabajo.

Pero pienso que está al alcance de todos, las obras de misericordia espirituales, como: dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, enseñar al que no sabe, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás, perdonar las injurias, rogar a Dios por vivos y difuntos.

Es como un mar sin orillas el bien que podemos hacer a los demás y todo porque amamos y queremos agradar más a Dios.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de noviembre de 2023 No. 1479

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