Por Mauricio Sanders
“Parece improbable que, en el futuro cercano, los mexicanos entablemos una relación más pareja con los centroamericanos”. Como prueba de que los mexicanos nos damos ínfulas vanas está nuestra relación secular con Centroamérica. Para la opinión pública nacional, al sur del río Suchiate se abre un marasmo verde que sólo llama la atención cuando ocurre un nuevo desastre natural, estalla un nuevo conflicto civil o se desata una nueva crisis humanitaria. Aunque es una región vital para México, menos de la mitad de los mexicanos considera que la vecindad con la región istmeña sea ventajosa para nuestro país.
Centroamérica, poblada por unos 40 millones de personas sobre una superficie que equivale más o menos a Sonora, Chihuahua y Coahuila, está conformada por siete pequeños países. De estos, tienen antiguos vínculos históricos con México seis: Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Aunque son pueblos hermanos, en el mejor de los casos los tratamos como si fueran primos en tercer grado.
A lo largo de gobiernos sucesivos, la cooperación mexicana con Centroamérica ha seguido una estrategia que se mantiene más o menos constante desde los años ochenta. Bajo diferentes nombres, Mecanismo de Tuxtla, Plan Puebla Panamá, Proyecto Mesoamérica y Programa Integral de Desarrollo para Centroamérica, la estrategia básicamente consiste en jugar al tío Lolo. No toda la culpa es de México.
Una hamaca sobre el cementerio
En el istmo centroamericano, la caprichosa orografía americana alcanza grado churrigueresco, creando microrregiones centrífugas, cuya historia oscila entre la unión y el separatismo. Tras aquella farsa triste que resultó el Primer Imperio Mexicano, las repúblicas trataron de formar unas Provincias Unidas, pero cada república era un cacicato y, cada uno de estos cacicatos, un campo de luchas intestinas.
Por eso, con crudeza y arrogancia, pero con tino, un viajero describió a la hermosa región como “una hamaca colgada sobre un cementerio”. En estas circunstancias, lo práctico ha sido reducir los intereses mexicanos en Centroamérica a la geopolítica: construir una hegemonía regional y asegurar la seguridad de las fronteras. Con todo y haber crecido a partir de los 1990, el comercio en la región, con superávit para México, constituye un porcentaje pequeño del total con el resto del mundo.
Por el contrario, México recibe consideración en Centroamérica. Por ejemplo, sin contar a los que radican en Estados Unidos, hay más mexicanos en Costa Rica que en el resto de los países del mundo, con excepción de España. Muchos de ellos son empresarios independientes o gerentes y directores de empresas transnacionales. Una veintena de empresas mexicanas tiene importantes operaciones en el país y contribuye de manera considerable a las arcas de la nación tica.
No son una plaga como el dengue
La cultura y el arte mexicanos se aprecian en Centroamérica. En festividades públicas y privadas aparecen expresiones de acá que fácilmente se aclimataron allá. Numerosos centroamericanos han escogido México para estudiar, conformando un grupo influyente que siente gratitud y simpatía hacia este país y su gente. Artistas y escritores de la región han adoptado a México como su segunda patria.
Parece improbable que, en el futuro cercano, los mexicanos entablemos una relación más pareja con los centroamericanos. Sin embargo, algo podemos hacer para construir una patria más espléndida. Para empezar, podríamos dejar de pensar que “los migrantes centroamericanos” son una plaga a la que, como si fuera el dengue, el próximo gobierno debe “hallar solución”.
La pregunta interesante es si podemos y queremos constituir un cuerpo social que trate con generosidad al forastero necesitado de hospitalidad. Como siempre en cuestiones humanas, la respuesta a la pregunta es ambigua, pues en este país, al mismo tiempo, trabajan “Las Patronas” y en él opera el Instituto Nacional de Migración. ¿Con cuál de estos dos sueña “el Sueño Mexicano”?
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de noviembre de 2023 No. 1479