Por Mauricio Sanders

Como soy un urbanícola clasemediero globalizado, sentí turbarse mi conciencia cuando, para halagar a su huésped, Celedonio Caldera me ofreció huevos de tortuga, pues caen dentro de las prohibiciones alimenticias que prescribe la religión de mi época y ambiente. Traté de evangelizar a Celedonio: “Pero, Celedonio, las tortugas están en vías de extinción”.

Parte de la dieta familiar

Hombre de poca fe, Celedonio me predicó que no, que hay miles de tortugas en las decenas de kilómetros de playa desierta del Pacífico mexicano que están afuera de su casa. Junto con los cocos que dan los cocoteros, los huevos que éstas ponen forman parte de la dieta habitual de su familia.

“Montones de huevos que ponen. Mira, así”, dijo, abriendo los brazos para expresar con señas la liberalidad de las tortugas, el mar y la naturaleza, que se dan al hombre, para que el hombre viva su vida en agradecida libertad, libre de prohibiciones alimenticias y otros mandamientos, aparte de los diez que Moisés recibió en el Monte Sinaí, los cuales Jesús resumió en dos y ya.

Las leyes de hospitalidad

A pesar de la religión de mi época y ambiente, en mi interior persiste otra religión, la cual me impulsó a poner las leyes de la hospitalidad por encima de los escrúpulos programados en mis redes neuronales. Por eso, sin mayor discusión, acepté los huevos y me comí algunos, con limón, salsa valentina y desagrado, pues no saben ricos. Aun pasados por agua, saben a huevo de gallina crudo multiplicado por mil.

Es difícil ponerle nombre al profeta mayor de mi religión de urbanícola clasemediero globalizado. Para poder avanzar, digamos que se llama ONU y que el profeta ONU transmite su palabra a través de los tratados internacionales que firman los Estados Unidos Mexicanos, profeta menor que a su vez replica la palabra de ONU en leyes y reglamentos que Celedonio, tú y yo estamos obligados a cumplir, bajo pena de multa o prisión, pero también inquietud interior: el temor al infierno de la no- biodiversidad.

Esto también es política

El fenómeno de las diversas y contradictorias religiones y, por tanto, morales, que chocan en mi corazón, pero también en mi civilización, me parece interesantísimo. Pero, por ahora, sólo tengo espacio para manifestar cómo fue que, en el caso de los huevos de tortuga que me invitó Celedonio en su casa sobre la costa del Pacífico, la Secretaría de Marina resuelve el conflicto.

Para resolver el conflicto entre la religión que permite recoger huevos de la playa para comerlos y la que prohíbe hacerlo, la Marina es un Salomón. Si una patrulla encuentra a Celedonio recogiendo huevos, le decomisa la mitad y la otra mitad se la deja para que la consuma con su familia. Además, fuerza al culpable a devolver la mitad decomisada al hoyo de dónde salió y enterrarla con sumo cuidado.

Eso también es la política

Superficialmente, este juicio y sentencia carecen de filosofía y teología. Bien mirado, son profundamente filosóficos y teológicos, aunque se pasan por el arco del triunfo, entre otras normas del derecho positivo mexicano, las que protegen el derecho a proceso judicial y las que proscriben las penas corporales. Pero esa también es la política: el arte de ayudar a convivir en un mismo territorio a quienes creen que comer huevos de tortuga es pecado medioambiental grave y a los que creen que es gratuito don.

En México hay libertad de cultos y la Marina la sostiene. Con qué cosas se topa uno al vacacionar por estas tierras del Señor…

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de marzo de 2024 No. 1495

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