Por Arturo Zárate Ruiz

Erasmo de Róterdam fue quizá el más influyente humanista del norte de Europa en el siglo XVI.  Promovió la reforma de costumbres en la Iglesia para frenar la corrupción del clero, no rara en sus tiempos. Con todo, aunque Erasmo no renunció a la Iglesia como lo hizo Lutero, su ánimo reformista se desvió también y le hizo caer en errores que se condenaron en el Concilio de Trento.

Entre otros desaciertos, consideraba los aspectos “exteriores” de la religiosidad católica (devociones populares, culto a los santos, reliquias, etc.) como piedad supersticiosa, de fórmulas huecas, y exigía que el fervor fuese interior y espiritual, a punto de que algunos seguidores suyos, como los alumbrados en España, redujeran su relación con Dios a un abandono de cada individuo a la dizque inspiración divina, sin nexos con la comunidad eclesiástica, algo así como el muy actual no soy religioso pero sí espiritual.

Parte de este desastre fue despreciar la oración vocal, como todavía lo hacen algunos por creer que ésta es propia de pericos que no han aprendido a abrirle su corazón a Dios.

¿Pero qué propuso Cristo cuando los apóstoles le pidieron que les enseñara a orar? ¿Acaso les recomendó un rapto místico, o platicar tendidos sobre sus deseos más entrañables, o guardar silencio, entornar los ojos y vaciar su mente para darle lugar al Espíritu en sus almas (todo lo cual puede ser bastante bueno si se da bien)?  No, lo que les enseñó fue el Padre Nuestro, una oración vocal, relativamente breve, con frases tan cuidadosamente establecidas que sería infame cambiarlas porque no hay mejores.  Nos las silabeó el mismo Hijo de Dios.

Como el Padre Nuestro, muchas de las oraciones vocales son bíblicas. Con el Ave María repetimos el anuncio del ángel y la salutación de Isabel a la Virgen.  Juntos el Padre Nuestro y el Ave María nos permiten el Rosario.  Con el Magnificat, acompañamos a Nuestra Señora en su alabanza a Dios, Nuestro Salvador.  La antífona de la Catena Legionis es el saludo a la Reina del Cantar de los Cantares.

Es oración vocal, y muy bíblica, la lectura de los 150 salmos, y lo es la Liturgia de las Horas que organiza dicha lectura en distintos momentos del día, como los Maitines, los Laudes, las Vísperas y las Completas.

Las novenas y las jaculatorias no son directamente bíblicas, pero están ancladas en nuestra fe y confianza en Dios y sus santos. Las primeras son oraciones principalmente de petición a las que unimos sacrificios para así unirnos a Cristo en su Cruz.  Las jaculatorias son oraciones breves, expresiones encendidas de amor y de cariño, que dirigimos al Señor, a la Virgen Santísima y a los Santos, para mantenernos mejor en su presencia y protección a lo largo del día.  Lo son, por ejemplo, ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!, ¡Espíritu Santo, ven, ven, dame tu entendimiento para hacer el bien!, ¡Santa María de Guadalupe, salva nuestra patria y conserva nuestra fe!

Una misa no es nada breve si se le compara con las jaculatorias, pero es la oración perfecta. En ella nos unimos al mismo Jesucristo para dar gracias al Padre.  El significado etimológico de eucaristía es “acción de gracias”.  En ella Cristo se ofrece, y nosotros unidos a Él, en su sacrificio por nuestra salvación.  Casi todo en ella es directamente bíblico, y lo que no, son expresiones de fe que el Pueblo de Dios, la Iglesia, con base en la Revelación, ha fijado desde hace muchos siglos, por ejemplo, el Credo; expresiones las cuales pronunciamos en alabanza, petición, y adoración al Señor.

En la misa se cumple la máxima lex orandi, lex credendi, es decir, la norma de orar es la norma de creer.  En la misa pronunciamos las plegarias que el Pueblo de Dios ha elevado por milenios, las cuales resumen, exultan y trasmiten nuestra fe.  Vocalizarlas según se han fijado nos permite profundizar y profesar con precisión aquello en que creemos sin caer en desviaciones, como Erasmo, quien, al parecer, apreció más lo subjetivo, lo que venía de su corazón, uno muy bueno, pero no mejor que el Sagrado Corazón de Jesús, quien nos reveló cómo orar, vocalmente con el Padre Nuestro.

Imagen de Vytautas Markūnas SDB en Cathopic


 

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