Por Rebeca Reynaud

El entonces Cardenal Ratzinger hablaba del “cambio inútil”, que es aquel que dice: “Que me cambien de trabajo”, “Que cambien mis circunstancias para yo cambiar”. Y la persona sigue siendo la misma. El cambio verdadero es el cambio del corazón, el cambio de actitud y que yo me alegre de lo que hay.

Si la felicidad eterna se va a alcanzar por el amor de Dios, también la terrena. El ser humano sólo es feliz cuando ama a Dios y a los demás, y la fuerza para ello la da la oración. Cuando una persona no se entrega voluntariamente, su entrega se va desvirtuando, entonces hay dos caminos: a) o se quiere liberar de aquello que quita libertad, o b) se cae en el acostumbramiento, en la rutina. Se pierde ilusión de amar, de crecer, de asumir lo que libremente se ha elegido.

Un profesor de la UNAM estaba desesperado con el ateísmo de sus alumnos, hasta que leyó el Capítulo 37 de Ezequiel:

El Señor puso su mano sobre mí, y me hizo salir lleno de su poder, y me colocó en un valle que estaba lleno de huesos. El Señor me hizo recorrerlo en todas direcciones; los huesos cubrían el valle, eran muchísimos y estaban completamente secos. Entonces me dijo: «¿Crees tú que estos huesos pueden volver a tener vida?» Yo le respondí: «Señor, sólo tú lo sabes.»

Entonces el Señor me dijo: «Habla en mi nombre a estos huesos. Diles: “Huesos secos, escuchen este mensaje del Señor. El Señor les dice: Voy a hacer entrar en ustedes aliento de vida, para que revivan. Les pondré tendones, los rellenaré de carne, los cubriré de piel y les daré aliento de vida para que revivan. Entonces reconocerán ustedes que yo soy el Señor.”» Yo les hablé como él me lo había ordenado. Y mientras les hablaba, oí un ruido: era un terremoto, y los huesos comenzaron a juntarse unos con otros. Y vi que sobre ellos aparecían tendones y carne, y que se cubrían de piel. Pero no tenían aliento de vida.

Entonces el Señor me dijo: «Habla en mi nombre al aliento de vida, y dile: “Así dice el Señor: Aliento de vida, ven de los cuatro puntos cardinales y da vida a estos cuerpos muertos.”» Yo hablé en nombre del Señor, como él me lo ordenó, y el aliento de vida vino y entró en ellos, y ellos revivieron y se pusieron de pie. Eran tantos que formaban un ejército inmenso.

Este texto, dice, me hizo reflexionar –dijo el profesor-, si Dios puede reunir los huesos secos, y ponerles nervios, carne, piel e infundirles espíritu y darles vida nueva, ¿No podrá hacer lo mismo con los cadáveres espirituales que inundan nuestra sociedad? ¡DESDE LUEGO QUE SÍ! Lo que el Señor requiere es que anunciemos la Buena Nueva, el Evangelio, a nuestros conocidos y a nosotros mismos. No nos desanimemos por que parecen estar muertos, insensibles a cualquier tipo de mensaje espiritual. Dios puede hacerlo, pero quiere hacerlo con nosotros, con nuestras bocas y con nuestras manos. Yavé podía revivir los huesos secos directamente, pero quiso hacerlo por medio del profeta Ezequiel. Así ahora, no creamos o esperemos que Dios actúe directamente, Él quiere hacerlo por medio de nosotros, quiere que seamos Su voz, Sus manos, Sus pies, para anunciar el evangelio desde lo alto de los montes, en nuestros trabajos, en nuestras diversiones, con nuestros amigos –y con nuestros enemigos- para llevar la buena nueva precisamente a esos cadáveres espirituales que están sedientos de la palabra de vida eterna, aunque no lo sepan; pero todos aquellos que la reciban, compartirán con nosotros –eso esperamos- el premio prometido por el Hijo para los que fueron fieles a Su palabra: “… Venid Benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25, 34).

Este año se está terminando, pero cuando el tiempo pasa, nosotros nos volvemos a Dios, el cual mandó bendecir así al pueblo que creía en él: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti, te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz; así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré». ¡Qué promesa más bella para terminar el año! Invocar el nombre del Señor es una expresión clásica de la Biblia. Quiere decir no solamente invocarlo con los labios, quiere decir tomar conciencia de que somos el pueblo de Dios. Es tiempo de acción de gracias y de pedir perdón al Señor.

Aprovechemos esta circunstancia para hacer un examen de conjunto de este tiempo que se fue. ¿Cómo hemos realizado nuestros deberes? ¿Sentimos la necesidad de pedir perdón por lo que hicimos mal, o de dar gracias por lo que salió bien? Encontramos muchos motivos de agradecimiento por los dones y gracias recibidas, también por las gracias desconocidas.

Somos responsables ante Dios de ayudar a muchos; cada uno tiene como un “lote” de almas que salvar. Hay que hablar con todo mundo de Dios. Amar es no albergar más que un pensamiento: Vivir para la persona amada y para la familia amada.

Hemos de hablar con voz clara, esto es, con el ejemplo de nuestra vida.

Padre Dios: No dejes de decirme lo que quieres de mí, a través de la corrección fraterna, de una lectura, del Evangelio, del ejemplo de una persona… Que no nos pase nada inadvertido de lo que Dios hace en nosotros y a través de nosotros. Permanecer en una continua acción de gracias.

¡Feliz Año 2024! Y que el Señor nos dé su gracia para afrontar las tareas y tribulaciones que puedan venir. 

Imagen de 愚木混株 Cdd20 en Pixabay


 

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