Por Carlos Díaz

El Padre Nuestro tiene una enorme significación en la vida del cristiano. Es la oración con la que Cristo mismo enseñó a sus apóstoles a pedir al Padre lo que necesitamos de su amor. Por su cercanía entrañable, perdemos de vista su gran importancia. El filósofo español Carlos Díaz, amigo de El Observador desde los inicios, nos ha regalado un texto profundo, complejo, luminoso (como todo lo que él escribe o dicta en sus innumerables conferencias) en el que, lejos de simplificar la oración, la muestra en su estructura íntima y en su hondura histórica en la relación de los hombres y Dios por mediación de Jesucristo. Sin duda alguna, un texto de estudio, meditación y apertura al misterio del Reino de Dios.

El Sermón de la llanura es una compilación de logia aislados pronunciados por Jesús en su predicación del evangelio en arameo en distintas ocasiones (Lucas, 6, 20-49), lo mismo que el Sermón del monte (Mateo), el cual era una especie de catecismo de la cristiandad primitiva reelaborado a partir del texto de Lucas con la añadidura de otras sentencias más de Jesús durante su proclamación del evangelio. Ambos sermones se basan en un escrito arameo, conjunto de sentencias primitivas aisladas de Jesús traducidas ambas después al griego. También la oración del Padre Nuestro nos ha sido trasmitida en griego por Mateo, que habla a cristianos de origen judío que desde su niñez han aprendido a rezar, cuyo peligro es la rutina, y también por Lucas para cristianos conversos procedentes de la gentilidad que deben aprender a orar y ser animados a ello.

Kerigma y didaché

En la cristiandad primitiva existió una doble forma de instrucción sobre la oración: el kerigma (anuncio), predicación misionera a los de fuera, judíos y gentiles (cuyo más antiguo resumen lo encontramos en 1 Cor 15, 3-5), y didaché (doctrina, predicación a la comunidad, hacia los que ya están dentro).

Interpretaciones sobre la complementabilidad o no del Sermón del Monte

Para Lutero se trata de unas exigencias de dificultad tan enorme que nadie puede cumplir totalmente, pero empujan a realizar un serio esfuerzo que permite alcanzar metas parciales. Sería Ley, mossisimus Moses, Moisés puro, es decir, una praeparatio evangelica destinada a que el hombre descubra su indigente impotencia ante la omnipotencia divina. La suya es, pues, una lectura paulinizante (eis/égesis: emprendimiento, instigación, empresa, introducción) que interpreta a Jesús desde san Pablo, y no a san Pablo desde Jesús (ex/égesis: narración, interpretación del sentido de lo dicho por Jesús).

-Para el Kulturprotestantismus, que veía en la revelación de Jesús una ética de la civilización, sería una ética intensiva para un periodo de transitoriedad escatológico ante la inminencia del fin del mundo. Cristo no aportaría una ética de la civilización para un plazo largo; la Gran Crisis del presente está llamando a la puerta, la última posibilidad de conversión para evitar lo que ocurrió en Sodoma y Gomorra.  ¡Dejad que los muertos entierren a sus muertos, amad a los enemigos, daos a vosotros mismos!

Esta interpretación olvida que, a diferencia de la ética farisaica, Jesús pone el acento sobre la salvación que ya ha llegado sin los esfuerzos de los hombres. Cristo no anuncia una legislación excepcional para un corto período transitorio, pues sus palabras no son únicamente válidas para el tiempo que precede al fin, sino también para después de que ese fin ha llegado. Jesús no fue un perfeccionista en su pedagogía de la salvación al modo de los maestros de la Torá, ni un predicador de la penitencia con una ética de la interinidad como Juan Bautista, ni un autor apocalíptico, interpretaciones legalistas del Sermón del monte todas ellas que sitúan a Jesús dentro del marco del judaísmo tardío, sino que predicó la basileia, el reino de Dios.

Padre nuestro, danos el pan

Hay diferencias asumibles entre el Padre nuestro de Mateo y el de Lucas. Dice Mateo (6, 11): “Nuestro pan para mañana dánoslo hoy” (verbo en imperativo presente). Lucas (11,3) amplía la petición: “Nuestro pan para mañana dánoslo cada día” (en imperativo aoristo). La palabra griega epioúsios, que Lutero traduce por cotidiano y que es también la traducción común entre los católicos, retoma según San Jerónimo, padre de la Iglesia, la palabra mahar del llamado evangelio arameo  de los Nazarenos, donde “mañana” no significa sólo el próximo día, sino también el gran mañana, el cumplimiento final, el pan de salvación, el pan de vida, el maná celestial, que en Jesús mismo se hace pan fraccionado y el cáliz bendito.

Hoy-mañana

Para Jesús no hay contraposición entre el pan de la tierra y el pan del cielo, entre el mañana y el hoy. En un mundo sediento y famélico,  alejado de Dios, los discípulos de Cristo imploran: “ya, aquí, hoy mismo, danos el pan de vida, Señor”. Todo es desde hoy mismo, por eso ruegan también con una petición bimembre que Dios les quiera conceder su perdón desde hoy mismo, ahora para siempre y siempre para ahora. Se trata de una escatología en realización que se refiere al tiempo salvífico ahora y siempre, por los siglos de los siglos, a la irrupción de Dios en nuestras vidas.

Perdónanos

Una y otra vez repite Cristo que no podemos pedir perdón a Dios por nuestras culpas, si nosotros mismos no estamos dispuestos a perdonar. Si el implorante no ha aclarado antes sus relaciones con su hermano, si la petición del perdón divino no es sincera, Dios no podrá escucharla.

Mateo (6,12) dice “perdónanos nuestras deudas”, y Lucas (11,4) “perdónanos nuestros pecados”. El arameo emplea el término hôbâ, que propiamente significa deuda dineraria. Mateo dice “así como nosotros también hemos perdonado a nuestros deudores”, aunque sería erróneo interpretar que nuestro perdón no sólo debe preceder al divino, sino incluso servirle de modelo.

En Lucas el “pues también  nosotros perdonamos a todo el que nos debe”, tiene una voluntad universalista, no solamente a algunos y responde al perfectum praesens del arameo. La redacción de Lucas conservó la forma más antigua en cuanto a su longitud, pero la de Mateo está más próxima al original de la oración aramea, el Qaddis, antigua oración sagrada aramea con la cual concluía el servicio divino en las sinagogas, y que sería familiar a Jesús desde su infancia.

Padre

En oraciones sumerias muy anteriores a Moisés y a los profetas encontramos la invocación “padre” como soberano omnipotente y también, al mismo tiempo, como padre magnánimo y misericordioso, en cuya mano está la vida de la nación entera (Himno de Ur a Siun, divinidad de la luna). Desde los tiempos más remotos, “padre” significa para los orientales a la vez padre y madre. En los textos griegos de los evangelios Jesús utiliza la palabra “Abba”, con la intimidad del niño pequeño al dirigirse a su papaíto (abba), término que abarca a la madre, imma (mamá), en plena confianza, según lo confirma el Talmud. Dios padre y madre lo fue desde siempre. Este aparentemente irrespetuoso modo de referirse a Dios resultaba blasfemo en el mundo judío, donde nadie hubiera osado musitar Abba para dirigirse con ella a Dios. Pero Jesús lo contradice invitando a hacerse como niños: si no os hacéis como niños… Por eso Abba es ipsissima vox Iesu, mismísima palabra de Jesús, el cual da permiso a los creyentes para que se atrevan a llamarle Padre: audemus dicere, nos atrevemos a decirlo.

Libéranos del mal

El texto griego kaì mé eìsenénkes hémas eìs peirasmón significa “y no nos conduzcas a la tentación” se refiere a una antiquísima oración judía para la noche, en la que quizá se inspiró directamente: “no conduzcas mi pie al poder del pecado y no me lleves al poder de la culpa, y no al poder de la tentación, y no al poder de la infamia”. En esta oración el término causativo ·”conduzcas” tiene un matiz permisivo, pide ser preservados de la caída en el momento de la tentación, no nos dejes caer en la tentación, protégenos durante ella.

Esto no significa “presérvanos de ella”, sino no nos dejes caer en ella. Según una tradición antigua, Jesús habría dicho la última noche antes de la oración en Getsemaní: “Nadie puede alcanzar el reino de los cielos sin haber pasado antes por la tentación”. A ningún discípulo del Señor le será ahorrada la prueba de las tentaciones; sólo está prometida la victoria. No se implora que el orante se vea libre de tentaciones, sino la ayuda de Dios para vencerlas.

Dios no nos tienta, ese juego está en el Qohelet judío, pero no en el Padre nuestro.  Por lo demás, el término “tentación” no se refiere a las pequeñas tentaciones de todos los días, sino a la gran tentación final que está en puertas y que ha de pasar sobre el mundo. Se refiere  al destaparse de los secretos del Mal, a la revelación del Anticristo, a la abominación de la desolación –Satanás en el puesto de Dios-, a la última persecución y prueba de los santos de Dios por seudo profetas y salvadores falsos. A ese asalto último se le llama “apostasía”. ¿Quién se librará? La última petición del Padre nuestro quiere, pues, decir: “Oh, Señor, guárdanos de apostatar”, líbranos del poder maligno que busca precipitar a los hombres en la última condenación, Liberanos a Malo, del Malo, del anticristo y de lo anticrístico.

Doxología

La apostilla “pues tuyos son el reino, el poder y la gloria por la eternidad. Amén” falta siempre en Lucas y en los manuscritos más antiguos del evangelio de Mateo, y la encontramos por vez primera en la Didaché, aunque sería erróneo concluir que el Padre nuestro se haya rezado alguna vez sin una alabanza final a Dios. Una oración que terminase con la palabra “tentación” sería totalmente impensable dentro del ámbito palestiniano. En el judaísmo era usual finalizar numerosas oraciones con un “sello”, con una alabanza de fórmula libre. Tal fue también, sin duda alguna, la intención de Jesús al Padre nuestro, y así lo practicó la comunidad cristiana en sus primeros tiempos: el Padre nuestro se terminaba con un sello, es decir, con una doxología de formulación libre por parte del orante. No olvidemos que el término griego doxa no significaba lo mismo en la oración judía que entre los filósofos griegos; para aquellos significaba alabanza, para éstos desconfianza, mera opinión.

Donde quiera que haya hombres y mujeres que se atrevan a pedir a su Padre celestial la revelación de su gloria, y que se dignen concedernos aquí el pan de vida y la cancelación de nuestras deudas se está realizando, ya desde ahora, el reino soberano de Dios sobre las vidas de sus hijos, entre la continua amenaza de la negación y de la apostasía.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de noviembre de 2023 No. 1481

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