Por P. Fernando Pascual

Continuamente elaboramos planes para el futuro, sea el futuro inmediato (mañana, la semana que empieza), sea el futuro más lejano (el mes que viene, el próximo año).

Así, planeamos el libro que leeremos esta tarde, el viaje previsto para el próximo mes, y las vacaciones de verano.

Nos acostumbramos a hacer planes, como si todo fuese a ocurrir según nuestros proyectos. Pero con frecuencia encontramos hechos y obstáculos que nos obligan a cambiar de planes.

En la tarde hubo un problema con la computadora y no pudimos leer nada. El viaje previsto saltó por los aires ante la enfermedad de un ser querido. Y el verano tuvimos que retrasar la salida a vacaciones.

No todos los planes quedan obstaculizados, pues muchos podemos llevarlos a cabo con una “puntualidad” que debería llenarnos de sorpresa.

Porque es “sorprendente” que las cosas sucedan como habíamos previsto: que el tren llegue a tiempo, que nos den rápido la cita con el médico, y que las vacaciones sean, de verdad, un éxito.

Sí: es sorprendente que el futuro se desarrolle como habíamos planeado, a pesar de tantas variables que rodean nuestras vidas, las vidas de los seres queridos, y tantos hechos que ocurren en la ciudad y en el mundo.

Este día empieza sobre ruedas: realizamos uno a uno los planes que teníamos previstos para la jornada, desde el café caliente hasta la llegada a la oficina.

Esperamos que sean planes orientados hacia lo bueno, lo justo, lo bello. Entonces, el hecho de realizarlos nos llevará a darle gracias a Dios, porque nos permite ver, con alegría, cómo se concretizan esos planes buenos que tanto acariciábamos en nuestro corazón.

 


 

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