Por Arturo Zárate Ruiz

Si enfadarse por las resoluciones en los tribunales fuese la esencia de nuestra sed de justicia, más de la mitad de la población en el mundo podría considerarse ya santa, por eso de que dicha sed indica bienaventuranza.  Sin embargo, tales resoluciones no son necesariamente injustas.  Ponen fin, según los recursos humanos, a pleitos entre dos o más partes.  Una vez extendida la sentencia, si los perdedores se disgustan, que consideren ipso facto a los magistrados como corruptos es indebido: éstos en muchos casos no lo han sido, sino simplemente han cumplido con lo que les dicta la ley.

Reconozco que es posible la corrupción de los jueces, pero es más probable que los problemas de impartición de justicia se deban a las imperfecciones del sistema judicial y de las leyes mismas. Por ejemplo, suele requerirse el contratar un buen abogado para aumentar las posibilidades de ganar un pleito.  Y quien no tiene para pagarle, en no pocas ocasiones sale perdedor, aunque tenga la razón. Se dice que Donald Trump, como poderoso desarrollador inmobiliario, recurre a pequeños contratistas para sus proyectos.  Al final, también se dice, no le paga a ninguno lo acordado.  Pero no pueden ellos quejarse.  El truco de Trump es que demandarlo en las cortes les saldría a esos pequeños contratistas más caro que la inversión perdida tras servir a este ricachón.

Es cierto que las prisiones están llenas de miserables que aún se preguntan por qué están allí.  De ellos no tienen sentencia 88,172, casi 4 de cada 10 personas en las cárceles mexicanas, según reporta el INEGI. Además, dice la cuarteta, «En esta cárcel maldita, donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza».  Pero, de nuevo, es aventurado afirmar que los jueces son siempre corruptos.  No es que, por no recibir dinero del acusado, mandaran finalmente a éste a la cárcel.  Más probable pudo ser que el pobretón no pudo pagarle a un buen abogado para que lo defendiera en los tribunales, más probable además que los jueces no dicten muchas sentencias todavía porque el Estado no contrata los suficientes jueces que resuelvan el excesivo número de controversias por posibles delitos.

Se puede entonces entender la sed de justicia como resolver las deficiencias judiciales, como frenar, según las posibilidades humanas, que sólo los pobres caigan, aun indebidamente, en la cárcel, y como evitar que los vivales engañen a la gente.   A lo largo de los siglos muchos pueblos se han esforzado por mejores leyes, mejores sistemas judiciales y por garantizar los derechos individuales y sociales.  Por ello, por ejemplo, en sistemas de justicia como el mexicano se busca asistir a los acusados sin recursos con las defensorías públicas.  Pero, en gran medida, si fallan éstas es por la falta de suficientes recursos para que el poder judicial las contrate.

De allí que muchos se cansen de las deficiencias judiciales y busquen remedios prontos.  Vienen entonces las rebeliones, las revoluciones, las guerras.  Otro tipo de vivales se alzan y se presentan como redentores sociales. Se aprovechan del resentimiento, y dizque buscan terminar con las diferencias de clase y perseguir a los enemigos del pueblo.  Pero instauran regímenes comunistas con los que logran sólo empobrecer más a la gente. O exterminan a chivos expiatorios, como lo hicieron los nazis con su genocidio de los judíos.  En cualquier caso, si venden igualdad, al final «todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros», según palabras de Orwell.

¡Cuidado con aun fundar nuestra sed de justicia en la esperanza de que Dios finalmente castigue a los malos!  Y digo esto porque, como pecadores que somos, según lo reconocieron los mismos apóstoles, «¿quién podrá salvarse?»

Que más bien nuestra sed de justicia sea confiar y esperar la misericordia de Dios, que acogiéndonos Él finalmente como hijos suyos nos dé el correspondiente merecido, el que seamos tratados como príncipes del Cielo, que a esto hemos sido llamados. Entonces entenderemos la definición de justicia de santo Tomás de Aquino: la vigencia de los derechos que Dios le otorga al hombre.

 


 

Por favor, síguenos y comparte: