Por Mauricio Sanders
Las elecciones periódicas promueven la sucesión pacífica y ordenada de gobernantes y legisladores, con lo cual un gobierno se reviste de legitimidad. Esas elecciones se encargan a las instituciones electorales, cuya misión es dar certeza y legalidad al voto popular. En México, la más prominente de las instituciones electorales es el Instituto Nacional Electoral (INE). Ésta es parte de la historia del INE.
Primero de panzazo
Desde su promulgación en 1917, la Constitución Mexicana estableció que los cargos de gobierno se iban a ocupar por medio de elecciones periódicas. Siempre cuidadoso de la formalidad legaloide, el PNR, después PRM, después PRI, cada tantos años repetía la ceremonia, barnizando así a sus candidatos con legitimidad suficiente para pasar de panzazo en materia de democracia.
Conforme a este ceremonial, se llevaron a cabo, por ejemplo, elecciones donde compitieron José Vasconcelos contra el prepriísta Pascual Ortiz Rubio y Juan Andreu Almazán contra el priísta Manuel Ávila Camacho. En ambos casos, los opositores obtuvieron como 5% de los votos según el recuento oficial. Se trató de elecciones bastante legales que fueron poco justas.
Para darle mayor lustre a la ceremonia electoral, el presidente Ávila Camacho mandó al manso Congreso de aquel entonces a que promulgara la Ley Federal Electoral. Esa ley creó la Comisión Federal de Vigilancia Electoral, constituida por el secretario de Gobernación, otro miembro del gabinete, un senador, un diputado y dos representantes de los partidos políticos con mayor relevancia, que en aquel entonces eran el PRI y el PAN.
A pulirlo con brasso
Para la década de los 1970, el ceremonial democrático mexicano estaba urgido de una pulidita con brasso. Entonces relumbró don Jesús Reyes Heroles, autor y ejecutor de la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE), expedida en 1977. La LOPPE permitió el ingreso de fuerzas políticas antes excluidas, como los izquierdistas Partido Comunista Mexicano, Partido Popular Socialista, Partido Socialista de los Trabajadores y el sinarquista Partido Demócrata Mexicano.
La LOPPE también cambió la manera en que se integraba la Comisión Federal Electoral, a la cual se integraron, en “igualdad de condiciones”, todos los partidos políticos registrados. También se añadió a la Comisión un notario público, que pudiera dar fe de la legalidad de sus procedimientos. La ceremonia electoral de cada tres años fue la mona que don Jesús vistió de seda.
Pero la mona, aunque la vistan de seda, mona se queda. Así fue como, en 1988, se rasgó el celofán de las elecciones democráticas de México. Aunque legalmente Carlos Salinas de Gortari ganó sobre Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Clouthier, la legitimidad de su gobierno y los que siguieran quedó en entredicho. Para prevenir un derrumbe, en 1990 se reformó la Constitución en materia electoral, creando al Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) y el Instituto Federal Electoral (IFE).
Como desayunar, comer y cenar en casa
Al aparecer el COFIPE y el IFE, se establecieron, por ejemplo, topes a los gastos de campaña, para que el PRI dejara de arrasar en las elecciones a fuerza de billetazos. Con esta reforma, observada por el presidente Ernesto Zedillo con estricto apego a derecho, pero también con respeto a la virtud y quizá incluso temor de Dios, Vicente Fox del PAN ganó las elecciones de 2000.
Aunque fue apasionante, la historia de la transición a la democracia puede parecer un tanto aburrida al contarla. Pero así era la democracia con la que soñábamos: aburrida, monótona y rutinaria, necesaria pero agradable, como desayunar, comer y cenar en casita con tu familia. A divertirse uno va al circo, no a votar.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de diciembre de 2023 No. 1486