Por P. Fernando Pascual
Algunas aplicaciones para jugar ajedrez (o juegos similares) permiten al jugador dar marcha atrás, corregir una movida equivocada, o replantear el partido después de ver las maniobras del adversario electrónico.
Poder retroceder para mejorar las jugadas tiene sus ventajas: uno reconoce su fallo, mejora su estrategia, abre espacios a una partida de ajedrez que tenga mejores perspectivas de victoria.
Pero jugar así lleva a ciertos riesgos, especialmente cuando movemos las fichas sin pensarlo mucho, desde la “seguridad” de que, si las cosas empiezan a ir mal, queda abierta la opción de ir para atrás.
La vida real, la que construimos cada día con decisiones concretas, no tiene marcha atrás, no ofrece opciones de “retroceda y vuelva a jugar”.
Es cierto que en algunas tiendas y en el inmenso mercado online existen opciones de devolver un producto y de probar otro, sobre todo si nos damos cuenta de que el zapato nos hace daño o de que la plancha no funciona correctamente.
También es cierto que el tiempo perdido en este tipo de operaciones (y en un partido de ajedrez casi interminable porque uno rehace las jugadas una y otra vez) no vuelve nunca.
Las decisiones cotidianas son siempre sin marcha atrás, en el sentido de que lo hecho, hecho está. La vida se desarrolla como en la máxima que se usa en algunos juegos: ficha tocada, ficha movida, sin opción para rectificar.
Miremos nuevamente al partido de ajedrez: cuando jugamos sin la opción de rehacer la jugada, lo pensamos dos veces antes de que una torre coma un caballo que estaba bien protegido por la reina…
Lo mismo vale para la vida real: si reconocemos que lo hecho, hecho está, lo pensaremos dos veces antes de apretar la tecla de “envío” de un pago que luego nos hará reconocer que tiramos nuestro dinero.
La vida no es un juego. Es un camino construido con miles de decisiones cristalizadas en actos concretos que no tienen marcha atrás.
Por eso necesitamos un momento para planear bien la siguiente “jugada”, esa decisión que puede ser el inicio, con la ayuda de Dios y con el consejo de tantas personas buenas, que nos permita apartarnos de un pecado y avanzar serenamente por el camino del amor sin marcha atrás…
Imagen de Michal Jarmoluk en Pixabay