Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Al parecer muchos viven sin orientaciones fundamentales, lejos de una luz que ilumine su sendero.

Por supuesto que existen anhelos de una vida mejor y plena con horizontes que vayan a lo profundo del corazón de la existencia humana.

A veces sentimos en carne propia los males que acompañan a nuestros hermanos. Los males del mundo. Familias destruidas por el crimen, los crímenes mismos, la vaciedad de tantos discursos de promesas fallidas.

Cristo Jesús pasa cerca de nosotros. Él es el Maestro y el Señor; el Camino a seguir, la Verdad a proclamar y la Vida a vivir; la Luz que ilumina para no andar a tientas y a locas, en la oscuridad de la existencia.

En este pasaje del Evangelio de San Juan (cf 1, 35-42), tenemos el paradigma del encuentro con Jesús, modelo del seguimiento, bajo el testimonio de Juan el Bautista: ‘Este es el Cordero de Dios’.

Cordero de Dios, que es Cristo víctima de propiciación por nuestros pecados; él habrá de realizar la obra de la salvación. Este Cordero es de Dios, porque tiene un origen divino, será el pan bajado del cielo dado por el Padre para que el mundo viva (cf Jn 6,32-33). Cordero de Dios por su consagración sacrificial al Padre en favor de toda la humanidad; Cordero de Dios que será inmolado. La comunión con el Cordero por su muerte en la Cruz, habrá de destruir nuestra muerte y disipar con su ser de Luz, nuestras tinieblas. Este Cordero es el Pastor que nos conduce a la fuente de agua viva, que es su Corazón santísimo; en él se bebe al Espíritu Santo, en su misma sangre. Sangre del Pastor convertido en Cordero. Este Cordero es el Varón de dolores, es el Siervo doliente; Cordero humillado e inmolado, pero que está de pie, es decir, ha resucitado. ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza’ (Ap 5, 12); es el Cordero que rompe los siete sellos (cf Ap capítulos 6, 7 y 8), los sellos de la Historia.

El Padre llama en el misterio interior según diversas circunstancias; un testigo que ayuda a descubrir, la amistad con compañeros contagiados del amor de Cristo, se le busca, se le encuentra, se le sigue, se permanece con él. Esta es la dinámica de la vocación  de los Apóstoles, de la vocación sacerdotal y de toda vocación a la vida cristiana, vocaciones a la santidad.

El reto es identificarse con Jesús, Cordero, Pastor y Maestro en una relación profunda, sincera, interpersonal. Sintonizar con él: pensar como él, mirar como él y desde él, perdonar como él y desde él, amar como él y desde él, servir como él y desde él. Se trata de vivir y tener una experiencia personal con él. No se trata de enredarse en teorías ni moralismos, sino de vivir en él y con él.

En una postura oracional y contemplativa, es posible dejarnos seducir por su misterio como Cordero de Dios, que quita nuestro pecado y el pecado del mundo; nos devuelve la verdadera libertad de los hijos de Dios para vivir plenamente el misterio de la comunión con el Papa y la jerarquía de la Iglesia, con los hermanos, los humanos.

Él nos da la fuerza del Espíritu Santo para actualizar en nosotros su misma presencia amorosa. Así se encuentra también la verdadera alegría, la que nos contagia, la Madre del Cordero: ‘se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador’.

Se trata, pues, de compartir la existencia con Jesús el Señor, seguirlo, aprender en la escuela de su Corazón, imitarlo hasta la muerte (tomar su Cruz) y participar de su resurrección, pues la gloria del Reino está prevista para después y para quienes lo han seguido y se han configurado con él (cf Mt 19, 28-29; Lc 22, 28-30; Jn 13, 36).

 

Imagen de Nayarb Photography en Cathopic


 

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