Por Mauricio Sanders

Si de verdad queremos lograr un cambio para bien en la política mexicana, para las elecciones de 2024 podemos aprender bastante de la manera en que los aficionados al futbol siguen por televisión el Clásico América-Chivas. Veamos.

Para empezar, el ambiente no es sectario, con unos locales reservados para los de Coapa y otros para los del Guadalajara. Una hora antes del partido, a la misma casa, al mismo restorán, llegan los americanistas vestidos de amarillo y los hinchas a rayas rojiblancas. Son vecinos, parientes y amigos. Se saludan de mano, de beso, de abrazo. Sobre la mesa, se ponen carnitas, barbacoa y alitas de pollo. Hay cervezas y cubas, pero también refresco de naranja. Se valen bromas como la siguiente:

“Cuñado, que bien me caes. Lástima que le vayas a ese equipo tan malo al que tú le vas. Ni modo, nadie es perfecto…”

El bromista admite la réplica, pues su mamá le enseñó desde chiquito que el que se lleva, se aguanta. Primos y cuates se acomodan donde pueden y el árbitro silba el saque de centro. Empiezan los gritos, los chiflidos y hasta las mentadas. El código de comportamiento se relaja. No se exige a la concurrencia que se conduzca como damas y caballeros. Cochino. Puerco. Cerdo. De ahí en más, se prorrumpen insultos cuyo destinatario final es el aire.

Cunden entusiasmos gritones y audibles desalientos. Si el partido termina en empate, sobre todo a ceros, entonces quizá se oiga el único comentario confraterno que se podría oír en tal ocasión:

“Qué desgracia el futbol mexicano. Cada día más aburrido. Vamos de mal en peor.”

Por ningún lado se asoma el imperativo categórico de felicitar al adversario con deportivismo supino. Nada de “ganó el mejor”. Gane el América o el Guadalajara, al final del partido alguien sentenciará: “Rateros de porquería. Sólo así ganan.”

El “así” puede referirse a una mano o una patada que el árbitro dizque no vio. Los perdedores se ponen cabizbajos o alicaídos durante noventa segundos. Los ganadores se engallan tantito. A lo mejor hasta hay un zape o un beso pipo. Quince minutos después, la atención de los concurrentes está concentrada sobre el helado y el flan.

Por supuesto, no sucede exactamente igual en el estadio, pues la policía toma precauciones para que ningún asistente introduzca envases de vidrio. A las banderas les quitan el palo y separan a las porras. Sin embargo, fuera de contadas riñas de borrachos, en el Clásico todavía hay lo que se llama “saldo blanco”. Los hooligans no dan el tono y a la fiesta todavía van muchos niños y bastantes abuelitas.

En preparación para el México que queremos, quizá podamos empezar desde ahora a organizar una reunión de los Xóchitl con los de Claudia, los de Morena con los del FAM. Habiendo aprendido las lecciones del América-Chivas, el 2 de junio rosas y guindas nos podemos juntar a observar durante dos horas cómo van saliendo los resultados del PREP. Jugamos pesado un rato, pero nunca nos permitimos olvidar que somos vecinos, parientes y amigos.

Reuniones así podrían ser más importantes que las elecciones. Serían señal de que el cuerpo social está vivito y coleando. Quizá necesita cirugía mayor, pero su estado de salud la puede aguantar.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de enero de 2024 No. 1487

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