Por P. Fernando Pascual
La voz de la conciencia es una maravillosa ayuda en nuestra vida. Nos recuerda dónde está el bien, avisa para que nos apartemos del mal.
Por eso resulta fundamental aprender a escucharla, reconocer su voz en las diferentes decisiones de la vida.
Hay un hermoso texto de san Buenaventura (siglo XIII) que expresa esta idea. En un comentario sobre el Libro de las sentencias, Buenaventura afirma:
“La conciencia es como el heraldo de Dios y su mensajero, y lo que dice no lo ordena por sí misma, sino que lo ordena como algo que viene de Dios, como un heraldo cuando proclama el edicto del rey. Y de ello deriva que la conciencia tiene la fuerza de obligar” (cf. Buenaventura, Commentaria in quatuor libros sententiarum, dist. 39, a. 1, q. 3, concl.).
Ese heraldo nos recuerda lo importante que es cuidar a los padres ancianos y ser agradecidos por todo lo que hicieron, y hacen, por nosotros.
Ese heraldo nos invita a ser honestos en el trabajo, sobre todo cuando encontramos a nuestro alrededor a quienes actúan deshonestamente.
Ese heraldo nos susurra que no perdamos tanto tiempo en el móvil y que invirtamos minutos, a veces horas, en atender a quien necesita escucha.
Ese heraldo nos aparta de una mala compañía que puede poner en peligro nuestra fe o nuestras buenas costumbres.
Ese heraldo nos ayuda a abrir los ojos y el corazón ante tantas necesidades, no solo materiales, de quienes nos rodean.
La conciencia es un gran regalo de Dios. Como recuerda un hermoso texto del Concilio Vaticano II, la conciencia “es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (Gaudium et Spes, n. 16, citando un texto del Papa Pío XII).
Hoy la conciencia, como heraldo de Dios, me hablará de muchas maneras. Si escucho su voz, y si pongo en práctica sus indicaciones, podré avanzar en ese camino maravilloso que consiste en acoger en cada momento lo que me pide Dios.
san Buenaventura