Por Arturo Zárate Ruiz
Ha terminado 2023 y ha sido ocasión para, quienes ven demasiado en los números, asustarse. Que el último día fue 123123, es decir, diciembre 31 de 2023. Que tal ordenamiento de los números, por supuesto, debía ser muy significativo. Que alguna horrible profecía, ¡averigüemos cuál!, está a punto de cumplirse. ¡A consultar las predicciones de Nostradamus (aunque ya se hayan acabado)!
Con todo, esto sólo debería llamarle la atención a algún vecino agorero de allende el Bravo. Sólo en Estados Unidos ordenan las fechas con el mes por delante. En México y en Europa lo hacemos empezando por el día, por lo cual el último del año fue 31/12/23, ordenamiento de números que no tiene nada de curiosito.
Si nos interesa lo tremendamente espectacular, tendríamos que remontarnos al fin del primer milenio. Entonces Silvestre II gobernaba la Iglesia. Le preocupaba al Papa la creciente fiebre milenarista. Dizque porque se iba a acabar el mundo, muchos campesinos dejaron de cultivar sus tierras; no pocos retiraron el cuidado necesario para sus hijos y sus enfermos; los nobles dejaron de gobernar sus dominios, impartir justicia y realizar obra pública; no fueron escasos los sacerdotes que dejaron de celebrar misa y consagrar el pan porque con la supuesta venida final de Jesucristo ya no sería la eucaristía necesaria; algunos despistados inclusive dejaron de comer. Tanta superchería no era sino abominable y Su Santidad quiso ponerle fin. He allí que, además, era un hombre de avanzada formación científica y conocía los para entonces novísimos números arábigos. Ordenó que, urbi et orbi, éstos sustituyeran los rústicos números romanos para que así la gente pensase con mayor claridad. Pero le salió el tiro por la culata. Si el primer año del segundo milenio no tenía ninguna apariencia extraordinaria en números romanos (MI), sí su expresión en números arábigos (1001). ¡Un uno al principio y otro al final! ¡Se cerraba el círculo! ¡Horrible, horrible! Silvestre II corroboró entonces que no es fácil desterrar las supersticiones.
He allí quienes atribuyen suerte a los números. Que el 13 es de la muy muy mala. Yo aprovecho esta superchería de mucha gente a la hora de viajar en autobús (lo hago con frecuencia). Compro el asiento 14 porque raramente compran el 13. Así, cuando parte el autobús tengo para mí dos asientos muy cómodos. Otro ejemplo: en Tijuana tomaron muy en serio que les asignaran el 666 como LADA. Sus ciudadanos protestaron. Ya era suficiente la injusta fama que recibían como “lugar de pecado” para que ahora supersticiosos los vieran además como sede del Anticristo. Les asignaron un nuevo número, el 664.
Hay quienes también ven en el 666 apocalíptico la repetición, el cumplimiento insalvable del ciclo. Pero, de nuevo, esto sólo se observa en los números arábigos, no en los números griegos originalmente usados en el libro bíblico: χξϛ.
La numerología cae entonces en el literalismo. Los adventistas, por ejemplo, reducen exactamente a 144 mil los salvos, por la cifra del Apocalipsis. Los fundamentalistas creen al pie de la letra que la Creación duró siete días. Los ateos dicen que es falso el relato evangélico porque, ¡ajá!, Jesús no permaneció exactamente 72 horas, es decir, tres días completos en la tumba. Los primeros no ven que ese número significa “muchos”, los segundos no saben leer alegorías, y los terceros no ven que la tarde del viernes, el sábado y la madrugada del domingo suman tres.
En cuanto a la interpretación de los números bíblicos, dejémosla a la Iglesia, no a los falsos pastores. No es sino la Iglesia la Madre y Maestra. Y en cuanto a las supercherías, ¡cuidado!, es una forma de idolatría, una falta contra el primer mandamiento pues arroga a las cosas, como los números, el dominio del tiempo, y eso sólo le corresponde a Dios. Así, si comiste 12 uvas el fin del año, que haya sido por buen apetito, no por atribuirles una suerte que corresponde al Altísimo otorgarte. Que en 2024 la prosperidad, y sobre todo la santidad, nos la ofrezca Él.