Por P. Gabriel Álvarez Hernández
Desde los primeros siglos la Iglesia celebraba las fiestas de la Epifanía y del Bautismo del Señor Jesús. La Iglesia oriental, en el año 300, celebraba estos misterios el 6 de enero mientras que en occidente está presente en la liturgia de las horas.
Con el decreto Sacrosanctum Concilium del Vaticano II se realizó una reforma litúrgica en 1969 pasando de hacer las celebraciones en latín a la lengua vernácula (la de cada nación), el sacerdote celebra de frente al pueblo y la fiesta del Bautismo del Señor, entre otros muchos cambios, se fijó para el domingo siguiente después de la Epifanía o de los Reyes Magos.
En México hay solamente cuatro fiestas de precepto, esas que se refieren al mandamiento de ir a misa los domingos y fiestas de guardar: la fiesta de la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre, la Natividad del Señor el 25 de diciembre, la Maternidad divina el 1º. de enero y el jueves de Corpus.
La fiesta de los Reyes no es de precepto y su celebración se traslada al domingo que cae entre el 2 y el 8 de enero y, por lo tanto, la fiesta del Bautismo del Señor se traslada al lunes siguiente después de la Epifanía. Este año se celebra el lunes 8 de enero.
Con la fiesta del bautismo del Señor se cierra el tiempo de la Navidad, aunque en muchos hogares se queda la expectación de la Presentación del Niño Jesús en el templo que se celebra el 2 de febrero y no se recogen los adornos navideños hasta que “se levanta al niño” en esa fecha que es también conocida como la “candelaria”.
El único Hijo de Dios es Jesucristo, nosotros somos hijos por adopción, somos hijos en el Hijo. Este llamado a pertenecer a la familia de Dios, lo recibimos con nuestro bautismo que nos convierte en hijos de Dios.
En México, la inmensa mayoría somos “hijos de Dios” por el bautismo y estamos invitados a vivir nuestra filiación más allá de un documento como puede ser la “fe de bautismo”, estamos llamados a vivir todos los días como un latido del corazón del Padre que nos regaló la vida y, una vez llamados a la existencia, también nos hizo miembros de esta Iglesia.
Dice un adagio que “la reina no nada más tiene que serlo, también tiene que parecerlo”; así pues, somos hijos de Dios, comportémonos más como hijos de Dios.
Publicado en Semanario Comunión Querétaro
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